Luis Carrillo y Sotomayor
(Baena, 1585 - Puerto de Sta. María, 1610)
A Tisbe
Mira al amante pálido y rendido
a la inclemencia, Tisbe, de su hado,
el rostro en llanto por su amor bañado
y él en su sangre por su amor teñido.
Hirióse con la espada que había
sido
ministro de su mal, y su cuidado
el golpe no sintió, que era acabado,
con el morir su amante, su sentido.
Cayó, y buscó su sangre
presurosa
la fría de su dueño, y ella, herida,
los brazos de su amante querellosa.
Mostró su ser la muerte en tal
caída,
pues fue a juntar de un golpe, poderosa,
lo que el amor no pudo en una vida.
Pidiéndole piedad al Amor
Amor, déjame, Amor; queden perdidos
tantos días en ti, por ti gastados;
queden, queden suspiros empleados,
bienes, Amor, por tuyos, ya queridos.
Mis ojos ya los dejo consumidos
y en sus lágrimas propias anegados;
mis sentidos, ¡oh Amor!, de ti usurpados
queden por tus injurias más sentidos.
Deja que sólo el pecho, cual
rendido,
desnudo salga de tu esquivo fuego;
perdido quede, Amor, ya lo perdido:
¡Muévate -no podrá-
crüel, mi ruego!
Más yo sé que te hubiera enternecido
si me vieras, Amor; mas eres ciego.
A los despojos del rayo
Viste de ejemplo el tronco y de fiereza
este que ves Centímano arrogante;
aun muerto, dura en el feroz semblante
el ánimo que opuso a tanta alteza.
Parias en humildad da a la grandeza
del siempre vencedor Altitonante,
y así el árbol, humilde, el arrogante
rostro humilla, humillando su cabeza.
Señales mira en él del rayo
ardiente
de Júpiter; respeta los despojos,
¡oh tú!, que admiras triste esta memoria.
Frescas aún viven en la altiva
frente:
toma en ella consejo, abre los ojos
y vete, que harto debes a su historia.
Cosas que fueron y se acabaron
El imperioso brazo y dueño airado,
el que Pegaso fue, sufre paciente;
tiembla a la voz medroso y ,obediente,
sayal le viste el cuello ya humillado.
El pecho anciano de la edad arado,
que amenazó desprecio al oro, siente
humilde ya, que el cáñamo le afrente;
humilde ya, le afrente el tosco arado.
Cuando ardiente pasaba a la carrera
sólo su largo aliento le seguía;
ya el flaco brazo al suelo apenas clava.
¡Ah, qué verdad temió su
edad primera!
Llegó, pues, de su ser el postrer día;
que el cano tiempo, en fin, todo lo acaba.
A Sansón
Verse duda Sansón, y duda el lazo
lo que él; duda Sansón, duda y procura
hurtarse fuerte en vano a la atadura;
ella tiembla temor, y fuerza el brazo.
Aquel valiente, aquel que de un abrazo
puso puertas a un monte y su espesura,
flaca para él un tiempo ligadura
es a su libertad fuerte embarazo.
Llega el fiero jüez, condena a muerte
los ojos, y él risueño y sosegado
dijo, más que su fuerte brazo fuerte:
"Si tres veces de Dálida
burlado
sus engaños no vi, ¡oh, juez!, advierte
que ya de ellos estaba despojado".