ATRÁS Elías
Nandino
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Búsqueda
espacial
I Antes de haber nacido, cuando apenas en las galaxias era calofrío, o sed en rotación por el vacío, o sangre sin la cárcel de las venas; antes de ser en túnica de arenas un angustiado palpitar sombrío, antes, mucho antes que este cuerpo mío supiera de esperanzas y de penas: ya buscaba tu nombre, tu semblante, el disperso latir de tu vivencia, tu mirada en las nubes esparcida; porque, desde el asomo delirante de mis instintos ciegos, tu existencia era ya por mis ansias presentida. II ¿Cuántas transmutaciones has pasado? ¿cuántos siglos de luz, cuántos colores, nebulosas, crepúsculos y flores para llegar a ser, has transitado? ¿En qué constelaciones has brillado? ¿Después de cuántas muertes y dolores, de huracanes, relámpagos y albores la forma corporal has conquistado? No puedo concebir mi pensamiento esa edad atmosférica que hicimos en giratoria espera; mas yo siento que milenios de lumbres anduvimos esperanzados en el firmamento, hasta unir este amor con que existimos.
Crimen
¡Qué puñalada le ha propinado el viento a la granada!
Décimas a mi
muerte
I He de morir de mi muerte, de la que vivo pensando, de la que estoy esperando y en temor se me convierte. Mi voz oculta me advierte que la muerte con que muera no puede venir de fuera, sino que debe nacer de la hondura de mi ser donde crece prisionera. III De tanto saberte mía. muerte, mi muerte sedienta, no hay minuto en que no sienta tu invasión lenta y sombría. Antes no te conocía o procuraba ignorarte, pero al sentirte y pensarte he podido comprender que vivir es aprender a morir para encontrarte. VI Sufro tu cauce sombrío que bajo mi piel avanza fatigando mi esperanza con su oculto desafío. Yo siento que tu vacío de mis entrañas respira y que sediento me mira desde mi sangre hacia afuera como verdad prisionera que en contra de mí conspira.
Derecho de propiedad
¡Nada es tan mío como lo es el mar cuando lo miro!
En la sombra
Era sed de muchos años retenida por mi cuerpo, palabras encadenadas que nunca pude decir sino en los labios del sueño. Era la tierra agrietada, reseca, sin una planta, que espera sentir la lluvia en un afán de caricia que le sacie la garganta. Era yo vuelto hacia ti que nunca te conocía, porque fuiste de mil modos en los sueños, en las horas y en los ojos de la vida. Eras todo lo que encierra una expresión de belleza: la rosa, el fruto, los ríos; el color de los paisajes y la savia de los pinos. Y de pronto, junto a mí, al alcance de mi mano, como manojo de trigo que pudiera retener sobre mi pecho guardado. ¡Todo tu cuerpo en mi cuerpo, por el sueño maniatados, y tan cerca de la muerte que la vida no sabía cómo volver a encontrarnos!
Hermosura vital
Una gallina con sus doce pollitos pica y camina.
Imposible
Mi corazón se pierde en la nevada ascensión de tu cuerpo, sin consuelo, y enfrías la fuerza del anhelo en medio de tu carne congelada. Cada día te ofrezco una alborada de ilusión y de vida, todo un cielo palpitante de sol, que funda el hielo y transforme tu cuerpo en llamarada. Pero toda mi vida es poca vida para matar la muerte que se esconde y circula en tu sangre adormecida. Has desatado el nudo de tus brazos, tu voz a mi llamado no responde, y es sólo un eco el paso de tus pasos.
Íntima
Estás en mí, como latido ardiente, en mis redes de nervios temblorosos, en mis vetas de instintos borrascosos, en los mares de insomnios de mi frente. Estás fuera de mí, como corriente de voces imprecisas, de sollozos, de filos de secretos tenebrosos. de roces de caricia inexistente. Me cubres y me encubres, sin dejarme un espacio de ser sin tu presencia un átomo sin linfa de tu aliento. Estás en mí, tocándote al tocarme, y palpita la llama de tu esencia hasta en la entraña de mi pensamiento.
Mi primer amor...
El azul es el verde que aleja -verde color que mi trigal tenía-; azul... de un verde, preso en lejanía, del que apenas su huella se despeja. Celeste inmensidad, donde mi queja tiende su mudo velo noche y día, para buscar el verde que tenía, verde en azul... allá donde se aleja... Mi angustia, en horizonte liberada, entreabre la infinita transparencia para traer mi verde a la mirada. Y en el azul que esconde la evidencia: yo descubro tu faz inolvidada y sufro la presencia de tu ausencia.
Nocturno
Cada mañana, al despertar, resucitamos; porque al dormir morimos unas horas en que, libres del cuerpo, recobramos la vida espiritual que antes tuvimos cuando aún no habitábamos la carne que ahora nos define y nos limita, y éramos, sin ser, misterio puro en el ritmo total del Universo. Porque al dormir morimos sin saberlo; nos vamos al espacio en ágil vuelo sin perder la unidad que nos integra, y somos como somos: idénticos, sin cambio, extensos y desnudos como el azul en el temblor del aire. No extrañamos el cuerpo; no sufrimos la ausencia de la piel que nos cobija; somos como antes de nacer: etéreos, vivos en plenitud de firmamento y penetrantes como luz en sombras. Y nadie, cuando duerme, acaso piense que yace en los dominios de la muerte: porque el cansancio, apenas agonía, nos borra la razón, desciende con ternura nuestros párpados, apaga nuestros ojos, anestesia la carne y nos separa de ella para dejarnos vivos en el sueño. Y esta costumbre de morir a diario, sin dolor, sin sorpresa, natural como el agua que se deja atraer por el declive, no nos deja pensar que es una muerte cada vez que dormimos, y que, de cada muerte transitoria, aprende nuestro ser la verdad de morir su muerte eterna.
Nocturno a la luna
La luna, que brincó por la ventana, en el piso del cuarto se restira rebotando en el muro que la mira y, del rebote, la penumbra emana. Su luz, entre las sombras deshilvana un metálico brillo que delira, y el espejo sediento le suspira desde el rincón, como presencia humana. Perforada la sombra, se estremece, y el rayo de la luna me parece escalera pendiente de los cielos. Y asido a la visión que me rodea, el afán de mi alma se recrea al subir por el rayo sus anhelos.
Nocturno amor
Naciste en mí, a sangre vinculado, en creciente raíz, cósmico nudo; de mi selva interior el potro rudo que anhela libertad enamorado. Soy mortaja y estoy, amor, tajado por tu evasión continua que no eludo, sino que vuelo en ti y en mí me escudo, para que al volver seas amparado. Venero de tus ímpetus, me ligo a tu fuga celeste, a tu caída, a la expansión total de tu secreto; pero de noche, cuando estoy contigo, recobro con tu fuerza sumergida la sola soledad de estar completo.
Nocturno cuerpo
Cuando de noche, a solas, en tinieblas, fatigado de no sé qué fatiga se derrumba mi cuerpo y se acomoda en la impasible superficie oscura que le sirve de apoyo y de mortaja, yo me tiendo también y me limito al inerme contorno que me entrega, a la isla de olvido en que se olvida. Separado de él y en él hundido recuerdo que lo llevo todo el día como cárcel de fiebre que me oprime, como labios que dicen otras frases, como instinto que burla mis deseos o acciones desligadas de mi fuerza; pero al mirarlo así, rendido fardo indiferente en su actitud de piedra, tigre de bronce, charco de silencio, columna de cinismo derribada, ciega figura en su lección de muerte: yo lo percibo como carne intrusa como dolencia de una llaga ajena, cómplice de un destino que no entiendo, mudez que no lesiona mi palabra, verdugo en anestesia secuestrado. Y por eso al sentirme dividido y a la vez por su molde aprisionado, analizo, sospecho, reflexiono que sus muros endebles que me cercan son fuego en orfandad, tierra robada, agua sujeta en venas sumergidas y aire sin aire arrebatado al aire; que soy un prisionero de elementos en honda combustión, que están buscando fundir los eslabones que los unen para volver a la pureza intacta del sitio universal donde eran libres: la tierra pide su reposo en tierra, el aire, su acrobacia transparente; el fuego, la delicia de su llama; y el agua: la blancura de su hielo, su cauce, o el prodigio de ser nube. Al lado de él, alado y enraizado, lo toco, lo examino desde adentro: interior de una iglesia ensangrentada, góticos arcos, junglas musculares, entretejida pulsación de yedras, laberinto de lumbre de amapolas y entraña de una cripta en que se esconde el numérico albor del esqueleto. Y yo en medio de juez y de culpable, de rebelde invasor y de invadido, de mirar que descubre y se descubre, de unidad que contempla sus facciones, de pregunta privada de respuesta, de espectador que sufre en propia carne el corporal desgaste de que brotan sus crecientes acopios de agonía. Si soy su dueño ¿por qué lo palpo extraño, despegado de mí -sombra de un árbol-, corteza sofocante de mi angustia, vendaje que me oculta, ademe frágil, imán que me atesora y me difunde, materia que yo arrastro y que me arrastra? Y estoy en él, presente, inevitable, unido en el monólogo y la espera, crecido en su reverso, y denunciado por sus manos, sus ojos, sus pasiones, la quemante ansiedad de sus delirios, las brumas de sus tiempos de zozobra y los relámpagos de su alegría. De dentro a afuera, de raíz a ramas, presiono, me sublevo, abro mis fuerzas para cavar, para acabar los muros que viven de tenerme prisionero; pero un amor me nace y me detiene, un fanatismo de vital amparo, el apego del ánima y las células, la intimidad de forma y contenido acoplando sus ciegas superficies; y me quedo conforme, sosegado a la ajustada cárcel que me cubre para seguir formando el mundo en fiebre por el que siento que en verdad existo. Agua, tierra, fuego y aire, en continua aspersión de sus químicos halagos, inmersos en la furia de sus hambres, en escondida trabazón de empujes, mandando y succionado sus mareas, haciendo y deshaciendo lo que se inician, comiéndose a sí mismos, recreando el desnudo valor de su estructura en pugnas, atracciones y repechos, porque quieren, anhelan, buscan, labran la persistente acción que les devuelva el vuelo original que poseían. Esta unión de elementos, este nido de físicas batallas, de incesantes reacciones, es mi solo respaldo, el trágico venero de la fuerza que me sostiene aún hablando a solas.
Noctuno difunto
A la memoria de mi padre En vida nunca pude llevarme con mi padre. Cuando este murió, la muerte, milagrosamente, le dio vida dentro de mi corazón. Desde que despojado de tu cuerpo te escondiste en el aire, yo siento mi existencia más honda en el misterio, como si mis manos, alargadas por las tuyas inmensas en el cielo, en levantado avance ya tocaron la astronomía sin fin... Estoy como en los ríos que a pesar de correr sumisos a su cauce, por su mortal marino abocamiento también están ligados a las aguas del mar donde se acendran. Por la ventana que al morir dejaste abierta en la penumbra, he podido mirar mi aventajada muerte persiguiendo tus huellas espaciales, y tengo la certeza de que me estoy rodando indeteniblemente en el hambre del vaso universal, igual que el humo libre que la atmósfera atrae y no puede, aunque quiera, regresarse a su lumbre. Estoy seguro de que cada día mi sangre que te busca, se evapora ganando altura transformada en nubes, y parte de mí ya vuela en el espacio, emparentada. Desde tu muerte, siento que te guardo como un lucero íntimo que medita en la noche de mi entraña, disuelto como el azúcar en el orbe líquido y que, muchas veces, te denuncias asomando tu espiritual dulzor en mi saliva amarga. Desde que tu voz, por el silencio amortaja, dejó de hablar para encender palomas sobre el árbol del viento, en que cantan con insepultos ecos la profunda madurez del idioma flotante de tu ausencia, yo palpo -al escuchar- el molde vivo que en el aire horada tu falta de materia, que es ternura siempre en acecho que acaricia y roba. Yo creo que tu cósmico deleite es atraerme a tu pasión de vuelo, a tu girar errante, porque ya tu misión es recoger esta fracción de ti que aún perdura en el fluvial ramaje de mis venas. No puedo definir dónde te encuentras, pero sí te adivino circundante en un arribo de alentada fuga, que exacerba mis ansias en un filial apego al resplandor sin luz de tus imanes. ¡Qué plenitud vacía te dibuja en el fondo de mis ojos que no te ven, pero que sí me permiten que hasta la fuente de mis sueños bajes y quedes a su impulso vinculado! ¡Cuánto tiempo de estar solo y contigo habitándome a solas, como la llama al fósforo en el letargo, o a la uva, el espíritu del vino! Yo soy una ambulante sepultura en que reposa tu fugitiva permanencia que me va madurando, lentamente, hasta que mi energía entumecida se adiestre en vuelo que recobre estrella. Inmerso en mi conciencia desarrollas un pensante silencio que se atreve a conversar sin mí. Yo lo descubro reviviendo recuerdos en mi oído: es como el nacimiento de sollozos que se produce cuando el agua cae sobre la carne viva de las brasas. Al derribarse tu estatura en polvo formaste la marea del vislumbre mortal que me obsesiona, y no hay sitio, temor, espera o duda en donde tú, como trasfondo en alba, no finques la silueta de tu amparo. En mi vigilia, a oscuras, como los ciegos sigo con el tacto los relieves que escribes en el papel nocturno, y los capto agitados en asedio amoroso: amor de un muerto que jamás olvida la sangre que ha dejado trasvasada. Yo quisiera que la imagen que de ti conservo se azogara la espalda, para mirar, siquiera unos instantes, cómo el deslinde al incolor procrea tu claridad auténtica de ángel.
Noctuno llanto
Ese llanto invencible que brota a media noche, cuando nadie nos ve ni nuestros propios ojos pueden atestiguarlo, porque es llanto reseco, privado de su sal, desvestido de linfa, con aridez de fiebre y amargo como el humo de los remordimientos. Ese llanto que irrumpe sin causa y sin sollozo, sin roce y sin historia, desprovisto de gota, de tibieza y caída, pero dando la sensación exacta de nacer y rodar en un cauce frío lento que invade hasta los huesos. Ese llanto del hombre asomado al misterio que le duele en la voz, en la piel, en las venas y en el arropo oscuro de la noche que ciega su pensamiento en llamas. Ese llanto sin lágrimas -huracán en vacío, surtidor sin derrame- que al borde de los párpados detiene sus impulsos y retorna al dolor donde nace. Ese llanto tan mío, tan de todos y ajeno, expansión comprimida de atávicas nostalgias que no alcanzan la lluvia que las hunda en la tierra para seguir por ella, en humedades hondas, persiguiendo el declive que las retorne a su raíz marina. Ese llanto de todos acendrado en el mío, ese llanto tan mío en que fluye el de todos -agua y sal trasvasadas en angustia ambulante-, que circula enclaustrado como altura caída que anhela levantarse, y al no poder hacerlo, se retuerce en el centro de su lumbre vacía para seguir luchando contra el blindaje sordo que no puede llorarlo. Llanto ciego que brota de la oculta resaca de una sangre viajera en su cárcel de agobio. El calor dilatado de musculares zonas que sube hasta la orilla de la flor sin corola del insomnio sediento. Ese llanto sin llanto, percepción absoluta del íntimo goteo que al nacer se derrama nuevamente hacia dentro, porque le dieron vida lacrimales sin parto, o porque lo producen las vertientes secretas de siglos de memoria que quisieran rodarse por el salto mortal de nuestras lágrimas. Ese llanto inllorado, ese llanto en deseo de volcarse en el llanto; esas olas de miedo, de ansiedad, de tormento que se agolpan y piden el nacer repentino de su líquida fuga. Ese llanto sin llanto empotrado en la frente, que se muere sin agua y se bebe a sí mismo para seguir formando el manantial sin cauce que detrás de la carne presiona con su asfixia, y transforma la vida en un volcán sin cráter o alud que sin espacio se rebulle en su sitio. Ese llanto sin llanto, ese impulso encerrado de un brotar que no puede encontrar desahogo y que vive en nosotros, comprimido, creciente, porque es llanto de hombre que no cabe en el hombre y que tiene, por fuerza, que vivir sumergido hasta el instante trágico en que la muerte hiera, y se llore fundido al corporal derrumbe.
Nostalgia cerril
Al ver los cerros los pies de mi memoria trepan por ellos.
Nostalgia de tierra
Tierra hambrienta, maternal atracción; sepultura vacía en asedio amoroso; sólido mar de espera en el que presiento y siento el reposo para mis pies cansados; yo capto el lento ascenso de tus leves caricias arropando mis ansias y escucho en mi conciencia tus palabras de aroma cortejando mi cuerpo. Tierra y vientre, acecho infatigable que se posa en mi piel como sedienta brisa de un agresivo amor que me persigue... yo sé que tu energía circula por mis venas y que somos, los dos incompletas fracciones que buscan refundirse. Soy tuyo, madre tierra: me invade el parentesco inevitable y hondo de tu ritmo en mi sangre, porque pese a mi miedo, a mi apego a la vida, hay algo en mis adentros que espera y desespera por regresar a ti... Mi vegetal instinto, mis árboles de fiebre sin raíces ni sitio, están pidiendo ansiosos su parcela segura, su isla inamovible donde dormir a solas su letargo yacente. Tierra voraz, oscuro hogar bendito donde el dolor se apaga, yo quiero reposar bajo tus sábanas de secretas ternuras germinales y así, cual la semilla que se oculta en tus húmedas tinieblas resurge transformada: ya en la longeva beatitud de un árbol o en los brotes de flores temporales que las lluvias despiertan en los campos: renacer de tu entraña y subir los peldaños que en la escala de vidas mi evolución alcance; porque vengo de ti, soy lodo en trance que a fuerza de nacer y de morir, ha de llegar a definir su esencia para ser en el cosmos vida eterna. Tierra insaciable, intimidad perfecta, cuando caiga en tu seno incinera mi carne, y después, con amor alienta mis cenizas, porque quiero proseguir cultivando mi poesía, al volver a vivir con nuevo cuerpo.
Perfección
fugaz
para el poeta Carlos Pellicer Pinté el tallo, luego el cáliz, después la corola pétalo por pétalo, y, al terminar mi rosa, la induje a soñar su aroma. ¡Hice la rosa perfecta! Tan perfecta, que al día siguiente cuando fui a mirarla, ya estaba muerta.
¿Qué
es morir?
--Morir es alzar el vuelo sin alas sin ojos y sin cuerpo.
Si hubieras sido
tú
a Xavier Villaurrutia Si hubieras sido tú, lo que en las sombras, anoche, bajó por la escalera del silencio y se posó a mi lado, para iniciar el cauce de acentos en vacío que, me imagino, será el lenguaje de los muertos. Si hubieras sido tú, de verdad, la nube sola que detuvo su viaje debajo de mis párpados y se adentró en mi sangre, amoldándose a mi dolor reciente de una manera leve, brisa, aroma, casi contacto angelical soñado... Si hubieras sido tú, lo que apartando la quietud oscura se apareció, tal como si fuera tu dibujo espiritual, que ansiaba convencerme de que sigues, sin cuerpo, viviendo en la otra vida. Si hubieras sido tú la voz callada que se infiltró en la voz de mi conciencia, buscando incorporarte en la palabra que tu muerte expresaba con mis labios. Si hubieras sido tú, lo que al dormirse descendió como bruma, poco a poco, y me fue encarcelando en una vaga túnica de vuelo fallecido... Si hubieras sido tú la llama que inquemante creó, sin despertarme ni conmover el lago del azoro: tu inmaterial presencia, igual que en el espejo emerge la imagen, sin herirle el límpido frescor de su epidermis. Si hubieras sido tú... Pero nuestros sentidos corporales no pueden identificar la ánimas. Los muertos, cuando vuelven, tal vez ya no posean los peculiares rasgos que nos pudieron dar la inmensa dicha de reconocerlos. ¿Quién más pudo venir a visitarme? Recuerdo que, contigo solamente, platicaba del amoroso asedio con que la muerte sigue a nuestra vida. Y hablábamos los dos adivinando, haciendo conjeturas, ajustando preguntas, inevitando respuestas, para quedar al fin sumidos en derrota, muriendo en vida por pensar la muerte. Ahora tú ya sabes descifrar el misterio porque estás en su seno, pero yo... En esta incertidumbre secretamente pienso que si no fuiste tú, lo que en las sombras, anoche, bajó por la escalera del silencio y se posó a mi lado, entonces quizá fue una visita de mi propia muerte.
Voz de mí
No sé como mirar para encontrarte, horizonte de amor en que me excito, distancia sin medida donde habito para matar las ansias de tocarte. No sé como gritar para llamarte en medio de mis siglos de infinito donde nace el silencio de mi grito movido por la sangre de buscarte. Mirar sin que te alcance la mirada sangrar sin la presencia de una herida, llamarte sin oírme la llamada; y atado al corazón que no te olvida, ser un muerto que tiene por morada un cuerpo que no vive sin tu vida
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