(Chile, 1904-1973)
en 1971 recibio el premio Nobel de Literatura
y una canción desesperada
Cuerpo de
mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.
Fui solo
como un túnel. De mí huían los pájaros
y en mí la noche entraba su invasión poderosa.
Para sobrevivirme te forjé como un arma,
como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.
Pero cae
la hora de la venganza, y te amo.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!
Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!
Cuerpo de
mujer mía, persistirá en tu gracia.
Mi sed, mi ansia sin limite, mi camino indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.
En su
llama mortal la luz te envuelve.
Absorta, pálida doliente, así situada
contra las viejas hélices del crepúsculo
que en torno a ti da vueltas.
Muda, mi
amiga,
sola en lo solitario de esta hora de muertes
y llena de las vidas del fuego,
pura heredera del día destruido.
Del sol
cae un racimo en tu vestido oscuro.
De la noche las grandes raíces
crecen de súbito desde tu alma,
y a lo exterior regresan las cosas en ti ocultas.
De modo que un pueblo pálido y azul
de ti recién nacido se alimenta.
Oh
grandiosa y fecunda y magnética esclava
círculo que en negro y dorado sucede:
erguida, trata y logra una creación tan viva
que sucumben sus flores, y llena es de tristeza.
Ah vastedad
de pinos, rumor de olas quebrándose,
lento juego de luces, campana solitaria,
crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca,
caracola terrestre, en ti la tierra canta!
En ti los
ríos cantan y mi alma en ellos huye
como tú lo desees y hacia donde tú quieras.
Márcame mi camino en tu arco de esperanza
y soltaré en delirio mi bandada de flechas.
En torno
a mí estoy viendo tu cintura de niebla
y tu silencio acosa mis horas perseguidas,
y eres tú con tus brazos de piedra transparente
donde mis besos anclan y mi húmeda ansia anida.
Ah tu voz
misteriosa que el amor tiñe y dobla
en el atardecer resonante y muriendo!
Así en horas profundas sobre los campos he visto
doblarse las espigas en la boca del viento.
Es la
mañana llena de tempestad
en el corazón del verano.
Como
pañuelos blancos de adiós viajan las nubes,
el viento las sacude con sus viajeras manos.
Innumerable
corazón del viento
latiendo sobre nuestro silencio enamorado.
Zumbando
entre los árboles, orquestal y divino,
como una lengua llena de guerras y de cantos.
Viento
que lleva en rápido robo la hojarasca
y desvía las flechas latientes de los pájaros.
Viento
que la derriba en ola sin espuma
y sustancia sin peso, y fuegos inclinado.
Se rompe
y se sumerge su volumen de besos
combatido en la puerta del viento del verano.
Para que
tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.
Collar,
cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.
Y las
miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.
Ellas
trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.
Ellas
están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.
Antes que
tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.
Ahora
quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú las oigas como quiero que me oigas.
El viento
de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban
Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.
Pero se
van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.
Voy
haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.
Te
recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo
Y las hojas caían en el agua de tu alma.
Apegada a
mis brazos como una enredadera.
las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.
Siento
viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis besos alegres como brasas.
Cielo
desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!
Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.
Inclinado
en las tardes tiro mis tristes redes
a tus ojos oceánicos.
Allí
se estira y arde en la más alta hoguera
mi soledad que da vueltas los brazos como un
náufrago.
Hago
rojas señales sobre tus ojos ausentes
que olean como el mar a la orilla de un faro.
Solo
guardas tinieblas, hembra distante y mía,
de tu mirada emerge a veces la costa del espanto.
Inclinado
en las tardes echo mis tristes redes
a ese mar que sacude tus ojos oceánicos.
Los
pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas
que centellean como mi alma cuando te amo.
Galopa la
noche en su yegua sombría
desparramando espigas azules sobre el campo.
Abeja
blanca zumbas --ebria de miel en mi alma
y te tuerces en lentas espirales de humo.
Soy el
desesperado, la palabra sin ecos,
el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo.
Última
amarra, cruje en ti mi ansiedad última.
En mi tierra desierta eres tú la última rosa.
Ah
silenciosa!
Cierra
tus ojos profundos. Allí aletea la noche.
Ah desnuda tu cuerpo de estatua temerosa.
Tienes ojos
profundos donde la noche alea.
Frescos brazos de flor y regazo de rosa.
Se
parecen tus senos a los caracoles blancos.
Ha venido a dormirse en tu vientre una mariposa de sombra.
Ah
silenciosa!
He
aquí la soledad de donde estás ausente.
Llueve. El viento del mar caza errantes gaviotas.
El agua
anda descalza por las calles mojadas.
De aquel árbol se quejan, como enfermos, las hojas.
Abeja
blanca, ausente, aún zumbas en mi alma.
Revives en el tiempo, delgada y silenciosa.
Ah
silenciosa !
Ebrio de trementina
y largos besos,
estival, el velero de las rosas dirijo,
torcido hacia la muerte del delgado día,
cimentado en el solido frenesí marino.
Pálido
y amarrado a mi agua devorante
cruzo en el agrio olor del clima descubierto.
aún vestido de gris y sonidos amargos,
y una cimera triste de abandonada espuma.
Voy, duro
de pasiones, montado en mi ola única,
lunar, solar, ardiente y frío, repentino,
dormido en la garganta de las afortunadas
islas blancas y dulces como caderas frescas.
Tiembla
en la noche húmeda mi vestido de besos
locamente cargado de eléctricas gestiones,
de modo heroico dividido en sueños
y embriagadoras rosas practicándose en mí.
Aguas
arriba, en medio de las olas externas,
tu paralelo cuerpo se sujeta en mis brazos
como un pez infinitamente pegado a mi alma
rápido y lento en la energía subceleste.
Hemos
perdido aún este crepúsculo.
Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas
mientras la noche azul caía sobre el mundo.
He visto
desde mi ventana
la fiesta del poniente en los cerros lejanos.
A veces
como una moneda
se encendía un pedazo de sol entre mis manos.
Yo te
recordaba con el alma apretada
de esa tristeza que tú me conoces.
Entonces,
dónde estabas?
Entre qué genes?
Diciendo qué palabras?
Por qué se me vendrá todo el amor de golpe
cuando me siento triste, y te siento lejana?
Cayó
el libro que siempre se toma en el crepúsculo,
y como un perro herido rodó a mis pies mi capa.
Siempre,
siempre te alejas en las tardes
hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas.
Casi
fuera del cielo ancla entre dos montañas
la mitad de la luna.
Girante, errante noche, la cavadora de ojos.
A ver cuántas estrellas trizadas en la charca.
Hace una
cruz de luto entre mis cejas, huye.
Fragua de metales azules, noches de las calladas luchas,
mi corazón da vueltas como un volante loco.
Niña venida de tan lejos, traída de tan lejos,
a veces fulgurece su mirada debajo del cielo.
Quejumbre, tempestad, remolino de furia,
cruza encima de mi corazón, sin detenerte.
Viento de los sepulcros acarrea, destroza, dispersa tu raíz
soñolienta.
Desarraiga los grandes árboles al otro lado de ella.
Pero tú, clara niña, pregunta de humo, espiga.
Era la que iba formando el viento con hojas iluminadas.
Detrás de las montañas nocturnas, blanco lirio de incendio,
allá nada puedo decir! Era hecha de todas las cosas.
Ansiedad
que partiste mi pecho a cuchillazos,
es hora de seguir otro camino, donde ella no sonría.
Tempestad que enterró las campanas, turbio revuelo de tormentas
para qué tocarla ahora, para qué entristecerla.
Ay seguir
el camino que se aleja de todo,
donde no está atajando la angustia, la muerte, el invierno,
con sus ojos abiertos entre el rocío.
Para mi
corazón basta tu pecho,
para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu alma.
Es en ti
la ilusión de cada día.
Llegas como el rocío a las corolas.
Socavas el horizonte con tu ausencia.
Eternamente en fuga como la ola.
He dicho
que cantabas en el viento
como los pinos y como los mástiles.
Como ellos eres alta y taciturna.
Y entristeces de pronto como un viaje.
Acogedora
como un viejo camino.
Te pueblan ecos y voces nostálgicas.
Yo desperté y a veces emigran y huyen
pájaros que dormían en tu alma.
He ido
marcando con cruces de fuego
el atlas blanco de tu cuerpo.
Mi boca era una araña que cruzaba escondiéndose.
En ti,
detrás de ti, temerosa, sedienta.
Historias
que contarte a la orilla del crepúsculo,
muñeca triste y dulce, para que no estuvieras triste.
Un cisne, un árbol, algo lejano y alegre.
El tiempo de las uvas, el tiempo maduro y frutal.
Yo que
viví en un puerto desde donde te amaba.
La soledad cruzada de sueño y de silencio.
Acorralado entre el mar y la tristeza.
Callado, delirante, entre dos gondoleros inmóviles.
Entre los
labios y la voz, algo se va muriendo.
Algo con alas de pájaro, algo de angustia y de olvido.
Así como las redes no retienen el agua.
Muñeca mía, apenas quedan gotas temblando.
Sin embargo, algo canta entre estas palabras fugaces.
Algo canta, algo sube hasta mi ávida boca.
oh poder celebrarte con todas las palabras de alegría.
Cantar, arder, huir, como un campanario
en las manos de un loco.
Triste ternura mía, qué te haces de repente?
Cuando he llegado al vértice más atrevido y frío
mi corazón se cierra como una flor nocturna.
Juegas
todos los días con la luz del universo.
Sutil visitadora, llegas en la flor y en el agua.
Eres más que esta blanca cabecita que aprieto
como un racimo entre mis manos cada día.
A nadie
te pareces desde que yo te amo.
Déjame tenderte entre guirnaldas amarillas.
Quién escribe tu nombre con letras de humo entre
las estrellas del sur?
Ah déjame recordarte como eras
entonces cuando aún no existías.
De pronto
el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada.
El cielo es una red cuajada de peces sombríos.
Aquí vienen a dar todos los vientos, todos.
Se desviste la lluvia.
Pasan
huyendo los pájaros.
El viento. El viento.
Yo solo puedo luchar contra la fuerza de los hombres.
El temporal arremolina hojas oscuras
y suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo.
Tú
estás aquí. Ah tú no huyes
Tú me responderás hasta el último grito.
Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo.
Sin embargo alguna vez corrió
una sombra extraña por tus ojos.
Ahora,
ahora también, pequeña, me traes madreselvas,
y tienes hasta los senos perfumados.
Mientras el viento triste galopa matando mariposas
yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela.
Cuanto te
habrá dolido acostumbrarte a mí,
a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan.
Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos
y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos
girantes.
Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote.
Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado.
Hasta te creo dueña del universo.
Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,
avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos.
Quiero hacer contigo
lo que la primavera hace con los cerezos.
Me gustas
cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como
todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía;
Me gustas
cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame
que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas
cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
(Paráfrasis
a R. Tagore)
En mi
cielo al crepúsculo eres como una nube
y tu color y forma son como yo los quiero
Eres mía, eres mía, mujer de labios dulces
y viven en tu vida mis infinitos sueños.
La
lámpara de mi alma te sonrosa los pies,
el agrio vino mío es más dulce en tus labios:
oh
segadora de mi canción de atardecer,
Cómo te sienten mía mis sueños solitarios!
Eres
mía, eres mía, voy gritando en la brisa
de la tarde, y el viento arrastra mi voz viuda.
Cazadora del fondo de mis ojos, tu robo
estanca como el agua tu mirada nocturna.
En la red
de mi música estás presa, amor mío,
y mis redes de música son anchas como el cielo.
Mi alma nace a la orilla de tus ojos de luto.
En tus ojos de luto comienza el país del sueño.
Pensando,
enredando sombras en la profunda soledad.
Tú también estás lejos, ah más lejos que nadie.
Pensando, soltando pájaros, desvaneciendo imágenes, enterrando
lámparas.
Campanario de brumas, qué lejos, allá arriba!
Ahogando lamentos, moliendo esperanzas
sombrías, molinero taciturno,
se te viene de bruces la noche, lejos de la ciudad.
Tu
presencia es ajena, extraña a mí como una cosa.
Pienso, camino largamente, mi vida antes de ti.
Mi vida antes de nadie, mi áspera vida.
El grito frente al mar, entre las piedras,
corriendo libre, loco, en el vaho del mar.
La furia triste, el grito, la soledad del mar.
Desbocado, violento, estirado hacia el cielo.
Tú,
mujer, qué eras allí, qué raya, qué varilla
de ese abanico inmenso? Estabas lejos como ahora.
Incendio en el bosque! Arde en cruces azules.
Arde, arde, llamea, chispea en árboles de luz.
Se derrumba, crepita. Incendio. Incendio.
Y mi alma
baila herida de virutas de fuego.
Quién llama? Qué silencio poblado de ecos?
Hora de la nostalgia, hora de la alegría, hora de la soledad.
Hora mía entre todas!
Bocina en que el viento pasa cantando.
Tanta pasión de llanto anudada a mi cuerpo.
Sacudida
de todas las raíces,
asalto de todas las olas!
Rodaba, alegre, triste, interminable, mi alma.
Pensando,
enterrando lámparas en la profunda soledad.
Quién eres tú, quién eres?
Aquí
te amo.
En los oscuros pinos se desenreda el viento.
Fosforece la luna sobre las aguas errantes.
Andan días iguales persiguiéndose.
Se
descine la niebla en danzantes figuras.
Una gaviota de plata se descuelga del ocaso.
A veces una vela. Altas, altas estrellas.
O la cruz
negra de un barco.
Solo.
A veces amanezco, y hasta mi alma esta húmeda.
Suena, resuena el mar lejano.
Este es un puerto.
Aquí te amo.
Aquí
te amo y en vano te oculta el horizonte.
Te estoy amando aún entre estas frías cosas.
A veces van mis besos en esos barcos graves,
que corren por el mar hacia donde no llegan.
Ya me veo
olvidado como estas viejas anclas.
son más tristes los muelles cuando atraca la tarde.
Se fatiga mi vida inútilmente hambrienta.
Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante.
Mi
hastío forcejea con los lentos crepúsculos.
Pero la noche llega y comienza a cantarme.
La luna hace girar su rodaje de sueño.
Me miran
con tus ojos las estrellas más grandes.
Y como yo te amo, los pinos en el viento,
quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre.
Niña
morena y ágil, el sol que hace las frutas,
el que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,
hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
y tu boca que tiene la sonrisa del agua.
Un sol
negro y ansioso se te arrolla en las hebras
de la negra melena, cuando estiras los brazos.
Tú juegas con el sol como con un estero
y él te deja en los ojos dos oscuros remansos.
Niña
morena y ágil, nada hacia ti me acerca.
Todo de ti me aleja, como del mediodía.
Eres la delirante juventud de la abeja,
la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.
Mi
corazón sombrío te busca, sin embargo,
y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada.
Mariposa morena dulce y definitiva,
como el trigal y el sol, la amapola y el agua.
Puedo
escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir,
por ejemplo: «La noche esta estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».
El viento
de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo
escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las
noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me
quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo
escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír
la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué
importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es
todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para
acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma
noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la
quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro.
Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la
quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en
noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque
éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
Emerge tu
recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado.
Abandonado
como los muelles en el alba.
Es la hora de partir, oh abandonado!
Sobre mi
corazón llueven frías corolas.
Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!
En ti se
acumularon las guerras y los vuelos.
De ti alzaron las alas los pájaros del canto.
Todo te
lo tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio !
Era la alegre hora del asalto y el beso.
La hora del estupor que ardía como un faro.
Ansiedad
de piloto, furia de buzo ciego,
turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!
En la
infancia de niebla mi alma alada y herida.
Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!
Te
ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!
Hice
retroceder la muralla de sombra.
anduve más allá del deseo y del acto.
Oh carne,
carne mía, mujer que amé y perdí,
a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.
Como un
vaso albergaste la infinita ternura,
y el infinito olvido te trizó como a un vaso.
Era la
negra, negra soledad de las islas,
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.
Era la
sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.
Ah mujer,
no sé cómo pudiste contenerme
en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!
Mi deseo
de ti fue el más terrible y corto,
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.
Cementerio
de besos, aún hay fuego en tus tumbas,
aún los racimos arden picoteados de pájaros.
Oh la
boca mordida, oh los besados miembros,
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.
Oh la
cópula loca de esperanza y esfuerzo
en que nos anudamos y nos desesperamos.
Y la
ternura, leve como el agua y la harina.
Y la palabra apenas comenzada en los labios.
Ese fue
mi destino y en él viajó mi anhelo,
y en el cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!
Oh
sentina de escombros, en ti todo caía,
qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron.
De tumbo
en tumbo aún llameaste y cantaste
de pie como un marino en la proa de un barco.
Aún
floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.
Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.
Pálido
buzo ciego, desventurado hondero,
descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!
Es la
hora de partir, la dura y fría hora
que la noche sujeta a todo horario.
El
cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.
Abandonado
como los muelles en el alba.
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.
Ah
más allá de todo. Ah más allá de todo.
Es la hora de partir. Oh abandonado.
FIN