ATRÁS Juan de Dios Peza
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Bebé
Cuenta Bebé dos meses no cumplidos, pero burlando al tiempo y sus reveses, como todos los niños bien nacidos parece un señorón de 20 meses. Rubio, y con ojos como dos luceros lo vi con traje de color de grana en un escaparate de Plateros un domingo de Pascua en la mañana. Iban conmigo Concha y Margarita y al mirar las dos, ambas gritaron: "¡Mira padre, qué cara tan bonita!" y trémulas de gozo mi miraron. ¿Quién al ver que en sus hijas se subleva la ambición de adueñarse de un muñeco, no se siente vencido cuando lleva dos duros en la bolsa del chaleco? Ha vencido pensé: si está comprado, y como es natural tiene otros dueños mis hijas perderán el encantado palacio de sus mágicos ensueños. Pero movido el paternal cariño, entré a la tienda a realizar su antojo, y dije al vendedor: "Quiero ese niño de crenchas blondas y vestido rojo". Abrió entonces la alcoba de cristales tomó a Bebé, lo puso entre mis manos, y convirtió a mis hijas en rivales porque el amor divide a los hermanos. "Para mí" -Concha me gritó importuna, "para mí" -me gritaba Margarita, y yo les grité al fin: "para ninguna" con la seca aridez de un cenobita. Reinó un silencio entre las dos profundo, y yo recordé entonces conturbado este axioma tristísimo del mundo: "Ser rival es odiar y ser odiado". Y así pensé: no debo en corazones que de la vida llaman a la puerta, encender con el celo esas pasiones, que el odio atiza y el rencor despierta. La historia del amor con dos premisas, iguala a la mujer y no os asombre; ¡Un muñeco en la edad de las sonrisas, y en la edad de las lágrimas, un hombre!
César en casa
Juan, aquel militar de tres abriles, que con gorra y fusil sueña en ser hombre, y que ha sido en sus guerras infantiles un glorioso heredero de mi nombre; ayer, por tregua al belicoso juego, dejando en un rincón la espada quieta, tomó por voluntad, no a sangre y fuego, mi mesa de escribir y mi gaveta. Allí guardo un laurel, y viene al caso repetir lo que saben mis testigos: esa corona de oropel y raso la debo, no a la gloria, a mis amigos. Con sus manos pequeñas y traviesas, desató el niño, de la verde guía, el lazo tricolor en que hay impresas frases que él no descifra todavía. Con la atención de un ser que se emociona miró las hojas con extraño gesto, y poniendo en mis manos la corona, me preguntó con intención: -"¿Qué es esto?" -"Esto es -repuse- el lauro que promete la gloria al genio que en su luz inunda... -"¿Y por qué lo tienes?" -Por juguete, le respondió mi convicción profunda. Viendo la forma oval, pronto el objeto descubre el niño, de la noble gala; se la ciñe, faltándome al respeto y hecho un héroe se aleja por la sala. ¡Qué hermosa dualidad! Gloria y cariño con su inocente acción enlazó ufano, pues con el lauro semejaba el niño un diminuto emperador romano. hasta creí que de su faz severa irradiaban celestes resplandores, y que anhelaba en su imperial litera ir al Circo a buscar los gladiadores. Con su nuevo disfraz quedé asombrado (no extrañéis en un padre estos asombros), y corrí por un trapo colorado que puse y extendí sobre sus hombros. Mirélo así con cándido embeleso, me transformé en su esclavo humilde y rudo, y -"¡Ave César!- le dije, dame un beso, ¡yo que muero de penas, te saludo!" -"¿César?"- me preguntó lleno de susto y yo sintiendo que su amor me abrasa, -"¡César!" -le respondí- "César Augusto de mi honor, de mi honra y de mi casa" Quitéle el manto, le volví la espada, recogí mi corona de poeta, y la guardé, deshecha y empolvada, en el fondo sin luz de mi gaveta.
El cuento de Margot
Vamos, Margot, repíteme esa historia que estabas refiriéndole a María, ya vi que te la sabes de memoria y debes enseñármela, hija mía. -La sé porque yo misma la compuse. -¿Y así no me la dices? Anda, ingrata. -¡Tengo compuestas diez! -¡Cómo! repuse, ¿Te has vuelto a los seis años literata? -¡No, literata no! pero hago cuentos... -No temas que tal gusto te reproche. -Al ver a mis hermanos tan contentos yo les compongo un cuento en cada noche. -¿Y cómo dice el que contando estabas? -Es muy triste, papá, ¿qué no lo oíste? -Sólo oí que lloraban y llorabas. -¡Ah! sí, todos lloramos; ¡es muy triste! Imagínate un niño abandonado de grandes ojos de viveza llenos, rubio, risueño, gordo y colorado -Como mi hermano Juan, ni más ni menos. Figúrate una noche larga y fría, de muda soledad, sin luz alguna, y ese niño muriendo, en agonía, encima de la acera, no en la cuna. -¿En las heladas lozas? -Sí, en la acera. Es decir, en la calle... ¡Qué amargura! -Hubo alguien que pasando lo creyera un olvidado cesto de basura. Yo pasaba, lo vi, bajé mis brazos queriendo darle maternal abrigo y envuelto en un pañal hecho pedazos lo alcé a mi pecho y lo llevé conmigo. Lloraba tanto y tanto el angelito que ya estaban sus párpados muy rojos... y a cada nueva queja, a cada grito el alma me sacaba por los ojos. Me lo llevé a mi cama: entre plumones lo hice dormir caliente y sosegado... ¡Cómo hubo en este mundo corazones capaces de dejarlo abandonado! ¡Ay! yo sé por mi libro de lectura que estudio en mis mayores regocijos, que ni los tigres en la selva oscura dejan abandonados a sus hijos. ¡Pobrecito! yo sé su mal profundo, le curo como madre toda pena; parece que este niño en este mundo no es hijo de mujer sino de hiena. De mi colchón en el caliente hueco duerme para que en lágrimas no estalle; y llorando Margot, mostró el muñeco que en cierta noche se encontró en la calle.
El Nido
Mira ese árbol que a los cielos sus ramas eleva erguido; en ellas columpia un nido en que duermen tres polluelos. Ese nido es un hogar; no lo rompas, no lo hieras: sé bueno y deja a las fieras, el vil placer de matar.
En cada corazón arde una llama
En cada corazón arde una llama, si aún vive la ilusión y amor impera, pero en mi corazón desdeque te ama sin que viva ilusión, arde una hoguera. Oye esta confesión; te amo con miedo, con el miedo del alma a tu hermosura, y te traigo a mis sueños y no puedo llevarte más allá de mi amargura. ¿Sabes lo que es vivir como yo vivo? ¿Sabes lo que es llorar sin fe ni calma? ¿Mientras se muere el corazón cautivo y en la cruz del dolor expira el alma? Eres al corazón lo que a las ruinas son los rayos del sol esplendoroso, donde el reptil se arropa en las esquinas y se avergüenza el sol del ser hermoso. Nunca podrás amarme aunque yo quiera, porque lo exige así mi suerte impía, y si esa misma suerte nos uniera tú fueras desgraciada por ser mía. Deja que te contemple y que te adore, y que escuche tu voz y que te admire, aunque al decirte adiós, con risas llore, y al volvernos a ver llore y suspire. Yo no quiero enlazar a mi destino tu dulce juventud de horas tranquilas, ni he de dar otro sol a mi camino que los soles que guardan tus pupilas. Enternézcame siempre tu belleza aunque no me des nunca tus amores, y no adornes con flores tu cabeza pues me encelan los besos de las flores. Siempre rubios, finísimos y bellos, madejas de oro, en céltica guirnalda, caigan flotando libres tus cabellos, como un manto de reina por tu espalda. Es cielo azul el que mi amor desea, la flor que más me encanta es siempre hermosa, que en tu talle gentil yo siempre vea tu veste tropical de azul y rosa. Mírame con tus ojos adormidos, sonriéndote graciosa y dulcemente, y avergüenza y maldice a mis sentidos mostrándome el rubor sobre tu frente. ¿Yo nunca seré tuyo? ¡ay! ese día, oscureciera al sol duelo profundo; mas para ser feliz sobre este mundo bástame amarte sin llamarte mía.
Este era un rey...
Ven mi Juan, y toma asiento en la mejor de tus sillas; siéntate aquí, en mis rodillas, y presta atención a un cuento. Así estás bien, eso es, muy cómodo, muy ufano, pero ten quieta esa mano; vamos, sosiega esos pies. Este era un rey... me maltrata el bigote ese cariño, Este era un rey... vamos niño, que me rompes la corbata. Si vieras con qué placer ese rey... ¡Jesús! ¡qué has hecho! ¿Lo ves? en medio del pecho ¡me has clavado un alfiler! ¿Y mi dolor te da risa? escucha y tenme respeto: éste era un rey... deja quieto el cuello de mi camisa. Oír atento es la ley que a cumplir aquí te obligo... Deja mi reloj... prosigo. Atención: Este era un rey... Me da tormentos crueles tu movilidad chicuelo, ¿ves? has regado en el suelo mi dinero y mis papeles. Responde: ¿me has de escuchar? Este era un rey... ¡qué locura! me tiene en grande tortura que te muevas sin parar. Mas ¿ya estás quieto? Sí, sí al fin cesa mi tormento... Este era un rey, oye el cuento inventado para ti. Y agrega el niño, que es ducho en tramar cuentos a fe: "Este era un rey..." ya lo sé porque lo repites mucho. Y me gusta el cuentecito y mira ya lo aprendí: "Este era un rey", ¿no es así? "¡Qué bonito! ¡Qué bonito!" Y de besos me da un ciento, y pienso al ver sus cariños: los cuentos para los niños, no requieren argumento. Basta con entender su espíritu de tal modo que nos puedan hacer todo lo que nos quieran hacer. Con lenguaje grato o rudo un niño, sin hacer caso, va dejando paso a paso a su narrador desnudo. Infeliz del que se escama con esas dulces locuras: ¡si estriba en sus travesuras el argumento del drama! ¡Oh Juan! me alegra y me agrada tu movilidad tan terca; te cuento por verte cerca y no por contarte nada. Y bendigo mi fortuna, y oye el cuento y lo sabrás; "Era un rey a quien jamás le sucedió cosa alguna".
Fusiles y Muñecas
Cuadro realista Juan y Margot, dos ángeles hermanos que embellecen mi hogar con sus cariños, se entretienen con juegos tan humanos que parecen personas desde niños. Mientras Juan, de tres años, es soldado y monta en una caña endeble y hueca, besa Margot con labios de granado los labios de cartón de su muñeca. Lucen los dos sus inocentes galas, y alegres sueñan en tan dulces lazos: él, que cruza sereno entre las balas; ella, que arrulla un niño entre sus brazos. Puesto al hombro el fusil de hoja de lata, el kepis de papel sobre la frente, alienta el niño en su inocencia grata el orgullo viril de ser valiente. Quizá piensa, en sus juegos infantiles, que en este mundo que su afán recrea, son como el suyo todos los fusiles con que la torpe humanidad pelea. Que pesan poco, que sin odios lucen, que es igual el más débil al más fuerte, y que, si se disparan, no producen humo, fragor, consternación y muerte. ¡Oh misteriosa condición humana! siempre lo opuesto buscas en la tierra; ya delira Margot por ser anciana, y Juan que vive en paz ama la guerra. Mirándolos jugar me aflijo y callo; ¿cuál será sobre el mundo su fortuna? Sueña el niño con armas y caballo, la niña con velar junto a la cuna. El uno corre de entusiasmo ciego, la niña arrulla a su muñeca inerme, y mientras grita el uno fuego, fuego la otra murmura triste: duerme, duerme. A mi lado ante juegos tan extraños Concha, la primogénita, me mira: ¡es toda una persona de seis años que charla, que comenta y que suspira! ¿Por qué inclina su lánguida cabeza mientras deshoja inquieta algunas flores? ¿será la que ha heredado mi tristeza? ¿será la que comprende mis dolores? Cuando me rindo del dolor al peso, cuando la negra duda me avasalla, se me cuelga del cuello, me da un beso, se le saltan las lágrimas, y calla. Sueltas sus trenzas claras y sedosas, y oprimiendo mi mano entre sus manos, parece que medita en muchas cosas al mirar cómo juegan sus hermanos. Margot que canta en madre transformada, y arrulla a un hijo que jamás se queja, ni tiene que llorar desengañada, ni el hijo crece, ni se vuelve vieja. Y este guerrero audaz de tres abriles que ya se finge apuesto caballero, no logra en sus campañas infantiles manchar con sangre y lágrimas su acero. ¡Inocencia! ¡Niñez! ¡Dichosos nombres! Amo tus goces, busco tus cariños; ¡cómo han de ser los sueños de los hombres, más dulces que los sueños de los niños! ¡Oh mis hijos! No quiera la fortuna turbar jamás vuestra inocente calma, no dejéis ni esa espada ni esa cuna: ¡cuando son de verdad, matan el alma!
Mi mejor lauro
* Nota: Personalmente recomiendo la lectura previa de "Fusiles y muñecas", para una mejor comprensión de este poema. Con sus seis primaveras muy ufana, quebrando con sus pies las hojas secas, me recitó en el campo una mañana mi hija mayor : Fusiles y muñecas. Repitiendo mis versos no sabía que colmaba el mayor de mis antojos; no me culpéis si oyéndola sentía, lágrimas en el alma y en los ojos. ¡Bien! exclamé, mi niña me interpreta mejor que todos aunque a nadie cuadre; yo juzgarla creí como poeta, y la estaba juzgando como padre. Llegó la estrofa aquella en que la nombro y bajando hacia el suelo la mirada, vi de pronto ponerse, con asombro, su faz, más que una fresa, colorada. ¿Qué tienes? pregunté, ¿por qué haces eso? ¿Por qué ya nada de tu labio escucho? Y ella me respondió, dándome un beso: -Me callo aquí, porque te quiero mucho. Nada valdrá tan cándida respuesta para el que en altas concepciones fijo, medir no pueda, en ocasión cual ésta, a donde alcanza el corazón de un hijo. Puedo deciros la verdad desnuda: como en mis versos comprendió mi duelo, por no hacerme sufrir quedóse muda, por no verme llorar, miraba al suelo. Yo, alabando el poder de su memoria, comprendí, perdonadme lo indiscreto, que los mejores lauros de la gloria son los que se cosechan en secreto. Vale más a mis ojos, siempre fijos en la eterna verdad no en falsos nombres, la lágrima arrancada por mis hijos que todos los aplausos de los hombres. Negó a mi numen su fulgor el genio, en el drama veraz de mis dolores el fondo de mi hogar es el proscenio y mi padre y mis hijos los lectores. No busco un lauro que mi frente ciña ni pide aplausos mi laúd ingrato; pero... ¿por qué me olvido de la niña que suspendió turbada su relato? Pronto volvió su faz a estar serena y a brillar en sus labios la sonrisa, porque el placer lo mismo que la pena pasan sobre los niños muy de prisa. -Tus versos voy a continuar diciendo- y con más firme voz soltóse hablando; ¡inocente! los dijo sonriendo y entonces yo los escuché llorando. Al terminar, sintiendo hecho pedazos por el dolor mi corazón ardiente, me interrogó cruzándose de brazos y mirándome el rostro frente a frente. -¡Ay! dime padre, cuando tú escribiste los mismo versos que de oírme acabas ¿porqué estabas mirándome tan triste? Al mirarnos jugar ¿en qué pensabas? y ¿por qué? -respondí- tan preguntona ¿indagas los misterios de mi lira? -Porque soy, tú lo has dicho, UNA PERSONA QUE CHARLA, QUE COMENTA, Y QUE SUSPIRA. -¡Brava razón! ¡Confórmame con eso! ¿No eres la que, si el duelo me avasalla, SE ME CUELGA DEL CUELLO, ME DA UN BESO, SE LE SALTAN LAS LAGRIMAS Y CALLA? -¡Yo soy! ¡yo soy! me contestó orgullosa, y haciéndome olvidar penas y agravios, se me colgó del cuello cariñosa, cerró sus ojos y besó mis labios. Corrió alegre después tras otros niños quebrando con sus pies las hojas secas y dejándome besos y cariños en premio de Fusiles y muñecas.
Mi padre
Yo tengo en el hogar un soberano, único a quién venera el alma mía; es su corona de cabello cano, la honra su ley y la virtud su guía. En lentas horas de misería y duelo, lleno de firme y varonil constancia, guarda la fe con que me habló del cielo en las horas primeras de mi infancia. La amargura proscripción y la tristeza en su alma abrieron incurable herida: es un anciano y lleva en su cabeza el polvo del camino de la vida. Ve del mundo las fieras tempestades, de la suerte las horas desgraciadas, y pasa, como Cristo, el Tiberíades, de pie sobre las olas encrespadas. Seca su llanto, calla sus dolores, y sólo en el deber sus ojos fijos, recoge espinas y derrama flores sobre la senda que trazó a sus hijos. Me ha dicho: "A quien es bueno, la amargura jamás en llanto sus mejillas moja: en el mundo la flor de la ventura al más ligero soplo se deshoja. Haz el bien sin temer el sacrificio, el hombre ha de luchar sereno y fuerte, y halla quien odia la maldad y el vicio un tálamo de rosas en la muerte. Si eres pobre, confórmate y sé bueno; si eres rico, protege al desgraciado, y lo mismo en tu hogar que en el ajeno, guarda tu honor para vivir honrado. Ama la libertad, libre es el hombre y su juez más severo es la conciencia; tanto como tu honor guarda mi nombre, pues mi nombre y tu honor forman tu herencia." Este código augusto, en mi alma pudo desde que lo escuché, quedar grabado; en todas las tormentas fue mi escudo de todas las borrascas me ha salvado. Mi padre tiene en su mirar sereno reflejo fiel de su conciencia honrada; ¡cuánto consejo cariñoso y bueno sorprendo en el fulgor de su mirada! La nobleza del alma, es su nobleza; la gloria del deber forma su gloria; es pobre, pero encierra su pobreza la página más grande de su historia. Siendo el culto de mi alma su cariño, la suerte quiso que al honrar su nombre, fuera el amor que me inspiró de niño la más sagrada inspiración del hombre. Quisiera el cielo que el canto que me inspira siempre sus ojos con amor lo vean, y de todos los versos de mi lira éstos los dignos de su nombre sean.
Nieve de estío
Como la historia del amor me aparta de las sombras que empañan mi fortuna, yo de esa historia recogí esta carta que he leído a los rayos de la luna. Yo soy una mujer muy caprichosa y que me juzgue a tu conciencia dejo, para poder saber si estoy hermosa recurro a la franqueza de mi espejo. Hoy, después que te vi por la mañana, al consultar mi espejo alegremente, como un hilo de plata vi una cana perdida entre los rizos de mi frente. Abrí para arrancarla mis cabellos sintiendo en mi alma dolorosas luchas, y cuál fue mi sorpresa, al ver en ellos esa cana crecer con otras muchas. ¿Por qué se pone mi cabello cano? ¿Por qué está mi cabeza envejecida? ¿Por qué cubro mis flores tan temprano con las primeras nieves de la vida? No lo sé. Yo soy tuya, yo te adoro, con fe sagrada, con el alma entera; pero sin esperanza sufro y lloro; ¿tiene también el llanto primavera? Cada noche soñando un nuevo encanto vuelvo a la realidad desesperada; soy joven, en verdad, mas sufro tanto que siento ya mi juventud cansada. Cuando pienso en lo mucho que te quiero y llego a imaginar que no me quieres, tiemblo de celos y de orgullo muero; (Perdóname, así somos las mujeres). He cortado con mano cuidadosa esos cabellos blancos que te envío; son las primeras nieves de una rosa que imaginabas llena de rocío. Tú me has dicho: "De todos tus hechizos, lo que más me cautiva y enajena, es la negra cascada de tus rizos cayendo en torno a tu faz morena". Y yo, que aprendo todo lo que dices, puesto que me haces tan feliz con ello, he pasado mis horas más felices mirando cuán rizado es mi cabello. Mas hoy, no elevo dolorosa queja, porque de ti no temo desengaños; mis canas te dirán que ya está vieja una mujer que cuenta veintiún años. ¿Serán para tu amor mis canas nieve? Ni a suponerlo en mis delirios llego. ¿Quién a negarme sin piedad se atreve que es una nieve que brotó del fuego? ¿Lo niegan los principios de la ciencia y una antítesis loca se parece? pues es una verdad de la experiencia: cabeza que se quema se emblanquece. Amar con fuego y existir sin calma; soñar sin esperanza de ventura, dar todo el corazón, dar toda el alma en un amor que es germen de amargura. Buscar la dicha llena de tristeza sin dejar que sea tuyo el hado impío, llena de blancas hebras mi cabeza y trae una vejez: la del hastío. Enemiga de necias presunciones cada cana que brota me la arranco, y aunque empañe tus gratas ilusiones te mando, ya lo ves, un rizo blanco. ¿Lo guardarás? Es prenda de alta estima y es volcán este amor a que me entrego; tiene el volcán sus nieves en la cima, pero circula en sus entrañas fuego.
Post-Umbra
Con letras ya borradas por los años, en un papel que el tiempo ha carcomido, símbolo de pasados desengaños, guardo una carta que selló el olvido. La escribió una mujer joven y bella. ¿Descubriré su nombre? ¡no!, ¡no quiero! pues siempre he sido, por mi buena estrella, para todas las damas, caballero. ¿Qué ser alguna vez no esperó en vano algo que si se frustra, mortifica? Misterios que al papel lleva la mano, el tiempo los descubre y los publica. Aquellos que jusgáronme felice, en amores, que halagan mi amor propio, aprendan de memoria lo que dice la triste historia que a la letra copio: "Dicen que las mujeres sólo lloran cuando quieren fingir hondos pesares; los que tan falsa máxima atesoran, muy torpes deben ser, o muy vulgares. Si cayera mi llanto hasta las hojas donde temblando está la mano mía, para poder decirte mis congojas con lágrimas mi carta escribiría. Mas si el llanto es tan claro que no pinta, y hay que usar de otra tinta más obscura, la negra escogeré, porque es la tinta donde más se refleja mi amargura. Aunque no soy para sonar esquiva, sé que para soñar nací despierta. Me he sentido morir y aún estoy viva; tengo ansias de vivir y ya estoy muerta. Me acosan de dolor fieros vestigios, ¡qué amargas son las lágrimas primeras! Pesan sobre mi vida veinte siglos, y apenas cumplo veinte primaveras. En esta horrible lucha en que batallo, aun cuando débil, tu consuelo imploro, quiero decir que lloro y me lo callo, y más risueña estoy cuanto más lloro. ¿Por qué te conocí? Cuando temblando de pasión, sólo entonces no mentida, me llegaste a decir: "te estoy amando con un amor que es vida de mi vida" ¿Qué te respondí yo? Bajé la frente, triste y convulsa te estreché la mano, porque un amor que nace tan vehemente es natural que muera muy temprano. Tus versos para mí conmovedores, los juzgué flores puras y divinas, olvidando, insensata, que las flores todo lo pierden menos las espinas. Yo, que como mujer, soy vanidosa, me vi feliz creyéndome adorada, sin ver que la ilusión es una rosa, que vive solamente una alborada. ¡Cuántos de los crepúsculos que admiras pasamos entre dulces vaguedades; las verdades juzgándolas mentiras las mentiras creyéndolas verdades! Me hablabas de tu amor, y absorta y loca, me imaginaba estar dentro de un cielo, y al contemplar mis ojos y mi boca, tu misma sombra me causaba celo. Al verme embelesada, al escucharte, clamaste, aprovechando mi embeleso: "déjame arrodillar para adorarte"; y al verte de rodillas te di un beso. Te besé con arrojo, no se asombre un alma escrupulosa y timorata; la insensatez no es culpa. Besé a un hombre porque toda pasión es insensata. Debo aquí confesar que un beso ardiente, aunque robe la dicha y el sosiego, es el placer más grande que se siente cuando se tiene un corazón de fuego. Cuando toqué tus labios fue preciso soñar que aquél placer se hiciera eterno. Mujeres: es el beso un paraíso por donde entramos muchas al infierno. Después de aquella vez, en otras muchas, apasionado tú, yo enternecida, quedaste vencedor en esas luchas tan dulces en la aurora de la vida. ¡Cuántas promesas, cuántos devaneos! el grande amor con el desdén se paga: Toda llama que avivan los deseos pronto encuentra la nieve que la apaga. Te quisiera culpar y no me atrevo, es, después de gozar, justo el hastío; yo que soy un cadáver que me muevo, del amor de mi madre desconfío. Me engañaste y no te hago ni un reproche, era tu voluntad y fue mi anhelo; reza, dice mi madre, en cada noche; y tengo miedo de invocar al cielo. Pronto voy a morir; esa es mi suerte; ¿quién se opone a las leyes del destino? Aunque es camino oscuro el de la muerte, ¿quién no llega a cruzar ese camino? En él te encontraré; todo derrumba el tiempo, y tú caerás bajo su peso; tengo que devolverte en ultratumba todo el mal que me diste con un beso. Mostrar a Dios podremos nuestra historia en aquella región quizá sombría. ¿Mañana he de vivir en tu memoria...? Adiós... adiós... hasta el terrible día." Leí estas líneas y en eterna ausencia esa cita fatal vivo esperando... Y sintiendo la noche en mi conciencia, guardé la carta y me quedé llorando.
Reír Llorando
Viendo a Garrik -actor de la Inglaterra- el pueblo al aplaudirlo le decía: "Eres el más gracioso de la tierra, y el más feliz..." Y el cómico reía. Víctima del spleen, los altos lores en sus noches más negras y pesadas, iban a ver al rey de los actores, y cambiaban su spleen en carcajadas. Una vez, ante un médico famoso llegóse un hombre de mirar sombrío: "Sufro -le dijo-, un mal tan espantoso como esta palidez del rostro mío". "Nada me causa encanto ni atractivo; no me importa mi nombre ni mi suerte. En un eterno spleen, muriendo vivo, y es mi única ilusión la de la muerte". -Viajad y os distraeréis. -¡Tanto he viajado! -Las lecturas buscad. -¡Tanto he leído! -Que os ame una mujer. -¡Si soy amado! -Un título adquirid. -¡Noble he nacido! -¿Pobre seréis quizá? -Tengo riquezas. -¿De lisonjas gustáis? -¡Tantas escucho...! -¿Qué tenéis de familia? -Mis tristezas. -¿Vais a los cementerios? -Mucho... mucho... -De vuestra vida actual ¿tenéis testigos? -Sí, mas no dejo que me impongan yugos; yo les llamo a los muertos mis amigos yo les llamo a los vivos, mis verdugos. -Me deja -agrega el médico- perplejo vuestro mal, y no debo acobardaros; tomad hoy por receta este consejo: "Sólo viendo a Garrik podréis curaros". -¿A Garrik? -Sí, a Garrik... La más remisa y austera sociedad le busca ansiosa; todo aquel que lo ve muere de risa, ¡tiene una gracia artística asombrosa! -¿Y a mí me hará reír? -¡Ah sí, os lo juro!; él sí, nada más él, mas... ¿qué os inquieta? -Así -dijo el enfermo-, no me curo: ¡yo soy Garrik!... cambiadme la receta. ¡Cuántos hay que cansados de la vida, enfermos de pesar, muertos de tedio, hacen reir como el actor suicida, sin encontrar para su mal remedio! ¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora! ¡Nadie en lo alegre de la risa fíe, porque en los seres que el dolor devora el alma llora, cuando el rostro ríe! Si se muere la fe, si huye la calma, si sólo abrojos nuestra planta pisa, lanza a la faz la tempestad del alma un relámpago triste: la sonrisa. El carnaval del mundo engaña tanto, que las vidas son breves mascaradas; aquí aprendemos a reír con llanto, y también a llorar con carcajadas.
Un consejo de familia
¿Quién en la miseria y el amor concilia? Esto más que un problema es un misterio. Para hablar de un asunto que es tan serio, hubo ayer un consejo de familia. Hizo de presidente del concejo un hombrecito al que la edad agobia, y que además del chiste de ser viejo, es, nada menos, padre de mi novia. A su lado, y en cómoda poltrona, con franco y natural desembarazo, estaba una señora setentona con un perro faldero en el regazo. Y en derredor, con rostros muy severos, prontos a discutir y meter baza, estaban cual prudentes consejeros seis a siete visitas de la casa. Y entre todos, causando maravilla, de gracia y juventud, rico tesoro, como un ángel, sentada en una silla estaba la mujer a quien adoro. Con que, vamos a ver, dijo indiscreta la madre, por anciana impertinente, ¿es verdad que eres novia de un poeta? ¿Sueñas con los laureles de su frente? -Puesto que lo sabéis, dijo la niña, no lo puedo negar: le quiero mucho. -Mereces, dijo el padre, que te riña. Y la anciana exclamó: -¡Cielos! ¡qué escucho! ¡Blasfemia intolerable que me irrita! -¡Habráse visto niña descarada! Dijo en tono burlón una visita pegándose en la frente una palmada. -Los versos nada más son oropeles. Dijo la anciana en tono reposado, y apuesto que no sirven sus laureles ni para sazonar el estofado. ¡Un novio soñador y sin dinero! Hija, esto sí que nadie lo perdona; ya que tiene corona y no sombrero, fuera mejor usara su corona. -Los hombres, dijo el padre, son perversos pero más los poetas de hoy en día. Quizá te piense alimentar con versos, y eso vas a comer ¡pobre hija mía! -O, quién sabe, agregó con triste acento una visita, al parecer piadosa, si se irán a poblar el firmamento o a vivir en el cáliz de una rosa. -Puede ser, interrumpe otra persona, que intente levantar, llegado el caso, a orillas de la fuente de Helicona, un palacio en las faldas de Parnaso. El regalo de boda, amigo mío, tendrá joyas riquísimas y bellas junto a un collar de perlas del rocío, el manto azul del cielo y sus estrellas. Envidia te tendrán los serafines, pues tendrás, deleitando tu hermosura, una alfombra de nardos y jazmines y un ruiseñor que cante en la espesura. El marido feliz te dará un beso diciendo: ¡tengo un ángel por esposa! ¿Y a la hora de comer? ¡quién piensa en eso! ¡para el poeta la comida es prosa! Un coro de estridentes carcajadas satíricas, terribles, infernales, convirtió las mejillas en granadas al ángel de mis sueños celestiales. -¿Conque piensas seguir esos amores, tú, la más infeliz de las mujeres, piensas con el aroma de las flores vivir entre la dicha y los placeres? ¿A qué alta sociedad, hija querida te llevará ese amor del cual abusas? ¡Ha de ser muy monótona la vida, sin tener más visitas que las musas! Otra risa estalló ¡bendita risa! Entonces ella abandonó su asiento, y con grave ademán y muy de prisa salió, sin vacilar, del aposento. Llamáronla mil veces, pero ella, espléndida, graciosa, soberana, como asoma en los cielos una estrella el rostro fue a asomar a la ventana. -Ven, me dijo, mitad del alma mía. Dicen que amarte es prueba de torpeza, que por pobre te olvide ¡qué ironía! que te deje por pobre ¡qué tristeza! Como no te comprenden, ya por eso destruir mis amores se concilia. Yo siempre seré tuya: dame un beso; ¡se ha lucido el consejo de familia! |