ATRÁS


Poesías y Poemas

Poesías y Poemas de Poetas Rusos

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Poesías Religiosas

 

El Ruego por la Cáliz

J.S. Nikitin (1824-1861)

 

El día quieto lentamente se apaga.

Está límpida la cúpula celeste del cielo,

Todo el ocaso brilla en oro,

Sobre la tierra de Judea.

Alzándose tranquilo, sobre los campos

Iluminado por el sol del ocaso,

Se eleva: el alto Eleón

Con sus jardines perfumados.

Y lleno de brillo ante él,

Animado por el ruido del pueblo,

Se extiende el santo Jerusalén

Rodeado de su potente muro.

En la lejanía Geval y Garisim,

Hacia el oriente las aguas del Jordán.

Con el exuberante verdor de los valles

Se perfilan entre olas de neblina.

Y la belleza del Mar Muerto

Como a través del sueño, mira al cielo.

Y allá, lejos, hacia el occidente,

Las ondas azules del Mediterráneo

En su poderosa extensión,

Están contenidas por las costas de arena...

Oscurece... Silencio en todas partes...

Ya se prendieron las luminarias nocturnas,

Y la luna llena, intensamente.

Iluminó el jardín de Getsemaní.

En el pasto, bajo las ramas de olivos

Olvidando el bullicio de Jerusalén,

Los hijos de la Palabra Divina,

Duermen tres apóstoles de Cristo

Su sueño es tranquilo y profundo.

Pero pesadamente dormía el mundo pecador.

El vicio hereditario de los siglos.

Lo encerró en sus cadenas,

La maldición del ancestro estaba sobre él,

Como una mancha de infámia,

Y cada siglo, con su nuevo mal

Lo aquejaba como con una ulcera.

Pero la hora de liberación llegaba

Y ajeno al oprobio general,

El enviado de Dios, en ese momento,

Decidía el destino del mundo

Por la palabra de alta verdad,

La cruz de Gólgota preveía Él,

Y turbado con sentimiento de congoja,

Oraba al Padre en la soledad:

"Tú conoces, Padre a mi pena,

Y ves como sufre Tu Hijo.

Oh sosténme, ruego,

Mi alma está exhausta!

El día del suplicio esta cerca: y llegará —

Como una víctima, entregada al pueblo,

Tu Hijo, morirá sin protestar.

Morirá por la liberación general...

Herido por la maldición del gentío

Martirizado y desnudo,

Bajará ante la turba

Su cabeza ensangrentada.

Y aquellos, a los que, desde la cruz,

Enviara el don de la bendición,

Con la sonrisa de desprecio orgulloso,

Levantarán su mano sobre Cristo...

Oh, Padre mío, que pase de largo

Cáliz este a Tu Hijo!

Me es amargo ver la maldad del mundo

Por su redención.

Pero que no se cumpla mi voluntad.

Que sea así, como Tú lo quieres!

El destino designado por Ti

Es la obra de la Verdad eterna.

Y si a Tu pueblo,

Mi ignominía traerá el bien,

Que por la liberación general

El hijo del hombre muera!

Terminada la oración lleno de congoja

Se acercó a los discípulos

Y viendo su sueño tranquilo,

Les dijo: "Levántense la hora llegó!

Dejen su sueño y oren.

Para no caer en la tentación.

Entonces, se fortalecerán en la fe,

Y con la fe recibirán al infortúnio"

Dijo — y silenciosamente se alejó,

Hacia allí, donde antes lloró

Y sacudido por la misma pena

Cayo al suelo y oró.

"Padre, Tu me enviaste al mundo,

Pero a Tu Hijo, el mundo no acepta,

Le anunciaba el amor —

A mis palabras no escucha

Fui el médico de sus enfermos,

Oraba por mis enemigos,

Y de mí, Jerusalén.

Como de un impostor se mofaba,

Al pueblo le legue la paz,

El pueblo me amenaza con un juicio;

En el mundo resucitaba a los muertos...

Y el mundo me prepara la cruz!...

Oh, si es posible, de mí

Que pase de largo este cáliz!

Tu eres Dios de amor, principio de la luz,

Y todo es posible para Ti!

Pero si es necesaria la sangre Santa

Para reconciliar a la tierra con el cielo —

Bendiciendo a Tu juicio eterno,

Estoy listo de subir a la cruz!"

Y la mirada con la inexpresable tristeza

Bajó del cielo a la tierra

Y de nuevo, preso de congoja,

Se acercó a los discípulos.

Pero sobre sus ojos un sueño invencible pesaba.

Al gran misterio de esta noche

Su pobre mente no llegaba.

Y estuvo parado, sin hablar, lleno de pena,

Bajando Su alta frente

Y cruzando sobre el pecho

Sus Santas manos.

Que pensaba El, en estos momentos

Como hombre e Hijo de Dios,

Que levantó el pecado de los milenios, —

Lo sabia, solo, su Padre.

Pero ningún alma humana

No sintió nunca el pesado dolor

Que se alojaba en su pecho entonces.

Y los hombres, seguramente, no entenderían

Todo nuestro mundo pecador no percibiría

A las lágrimas que brillaban

En ese momento, en los ojos del Salvador.

Y de nuevo se alejó

A la sombra de higueras y olivos

Y allí arrodillado

De nuevo lloraba y oraba:

"Oh, Dios mío! Siento pesadumbre

Mi mente vacila y se ensombrece:

Toda la maldad humana

Sobre mi solo pesa.

La infamia humana — el oprobio de siglos —

Todo lo tomo sobre mí

Pero bajo este peso de cadenas

Como hombre desfallezco...

Oh, no me dejes en la lucha

Con mi carne terrenal —

Y todo lo deseado por Ti

Que se cumpla en mí...!

Ruego que descienda sobre mi

La fuerza Santa de la entereza!

Que cumpla con amor

La gran hazaña de reconciliación!"

Y levantó Sus manos hacia el cielo

Y se transformó todo en una oración,

El fuego quemaba Su rostro,

El sangriento sudor corría por el

Y súbitamente, del cielo despejado,

Rodeado de rayos de luz,

Apareció en el jardín solitario,

El mensajero de divinos milagros

Era maravillosa su hermosa mirada,

Y clara e impasible su frente animada

Y el rostro estaba iluminado como un claro día

Y se paró cerca del Salvador.

Y con un discurso inspirado en lo alto,

Lo fortificaba, para la gloriosa hazaña

Al Redentor del Universo.

Y El mismo, semejante a una sombra ligera,

Y lleno de fuerzas Bienhechoras.

Dobló en una oración encendida

Sus inmateriales rodillas..,

Alrededor, todo estaba mudo

En el cielo reinaba el silencio

Solo en el reino de las tinieblas solitario

Sufría, inútilmente, el Satanás.

El sabía que en el mundo vacilaba,

Su reino de poder

Y el mundo, caído sin gloria,

Se acercaba a libertad nueva.

El culpable del mal, entendía,

Quien era el Mesías Encarnado,

Y que pedía a su Padre.

Y anonadado con terrible padecimiento,

El orgulloso espíritu sufría

Aniquilado, con la maldad impotente...

Con calma, en la altura celeste

Brillaban millares de luminarias.

Y lleno de deliciosa frescura

Estaba el aire puro. Sobre la tierra,

Elevándose quedamente, el habitante del cielo

Volaba hacia las alturas supraestelares.

Mientras tanto el Redentor del mundo,

De nuevo se acercó a los discípulos.

Y en ese momento milagroso

Cuan, verdaderamente grande era El,

Con que fuego animado,

Ardía Su hermoso rostro!

Cuán claramente reflejaban los ojos

Toda Su firme voluntad.

Con que alegría las luminarias de la noche

Desde lo alto miraban a El!

Los discípulos como antes dormían.

Y de nuevo el Salvador les dijo

"Levántense esta cerca el día de tristeza,

y la hora de traición llegó"

y el sonido de espadas afiladas

despertó al jardín de Getsemaní

y el brillo de fatídicas antorchas

iluminó al rostro de Judas.

 

 

*** A. Maikov (1823-1847)

 

No digas que no hay salvación.

Que estas vencido por la tristeza,

Cuando la noche es mas oscura,

Las estrellas brillan mas.

Cuando la congoja es mas profunda,

Dios esta mas cerca

 

 

*** V.Soloviev (183-1900)

 

Si! Dios esta con nosotros – no alli en la cupula celeste.

No mas alla de limites de los encontables mundos.

No en fuego ni en la tormenta.

Y no en la dormida memoria de los siglos.

El esta aqui ahora – entre lo vano y casual

Entre las tribulaciones de la vida.

Tu posees al todogozoso secreto.

El mal es imposible; somos eternos;

¡DIOS esta con nosotros!

 

 

El Ángel

M. Lermontov (1814-1841)

 

Por el cielo de medianoche volaba un ángel.

Y cantaba una queda canción.

La luna, las estrellas y la multitud de las nubes

Escuchaba a aquella santa canción.

El cantaba la dicha de espíritus sin pecado.

Bajo frondes de jardines de paraíso,

La grandeza de Dios, cantaba el,

Y su alabanza era sincera.

En brazos llevaba una joven alma,

Para el mundo de tristeza y lágrimas,

Y el sonido de su canción en el alma,

Quedó sin palabras, pero vivo.

Y languideció ella en el mundo, largo tiempo,

Plena de un deseo maravilloso.

Y a los sonidos del cielo, no podían sustituirle

Las tediosas canciones de la tierra.

 

 

Plegaria: Enséñame, ó Dios mío...

K. Romanof (K.R.1858-1915)

 

Enséñame, ó Dios mío, a amarte

Con toda la mente y pensamiento

Para dedicarte el alma y toda la vida,

Con cada latido del corazón.

Enséñame a cumplir

solo Tu misericordiosa voluntad.

Enséñame a no quejarme nunca

De mi destino, tan difícil.

A todos los que Has venido a redimir

Con Tu Purísima Sangre,

Enséñame, ó Dios mío a amar

Con amor generoso y profundo.

 

Cuento

Olga Ruskaia (1996)

Dicen que una vez, por el ancho mundo, unida con su cuerpo terrestre, caminaba el Alma por el sendero de la tierra. Caminaba despacio, sin ruido, no en triste silencio, no con alegría sin sentido, — caminaba como todos, bastante ordenada. No era buena, ni enojada, no estúpida, ni superdotada. No había robado, no había matado, hasta había amado a alguien.

Una vez en este camino, pensó en Dios y le apareció en algún lugar, en las alturas, como un pedazo de cielo. Como si una grieta se hizo más ancha y se iluminó el mundo, y de las alturas, como de una ventana, hasta la tierra apareció un sendero.

"Espera" el Alma dijo — "¿No sería mejor doblar a la derecha?" — "¡No, a la izquierda!" — "¡Qué discusión!" — gritó el cuerpo con fiereza, gritó, se enojó, y el Alma se sometió. Perder la fuerza en cavilaciones, el cuerpo, amenazante, le prohibió. — "Yo mismo encontraré el camino!" declaró muy serio. "A ti y a mí en la tierra sin esto hay mucho que hacer". Armar una discusión con un compañero poco amistoso, con el cuerpo descarado y enojadizo, el Almita no se atrevió.

Y el Almita, desde entonces, toda encogida, bajo el yugo del cuerpo, caminó por los senderos desconocidos. Eran polvorientos estos caminos. Y los compañeros míseros, pero el Alma, aunque se ahogaba, discutir no se atrevía. Para conformar al cuerpo, en tórridos colores, en intemperie, en huracanes, en neviscas — caminaban ellos hacia alguna meta.

Pero otros caminaban también en la misma dirección, caminaban hasta más rápido, y una vez los pies de alguien lo sacaron al cuerpo del camino. Y no sólo a la banquina, sino a un profundo agujero. Y cayó al fondo de una cima un pobre cadáver contrahecho. Pero no estaba muerto. Y en la oscuridad venenosa, desangrándose, el cuerpo se quejaba lastimosamente. —"¿Por cuáles crímenes sufro tanto? Trabajaba en el sudor de mi frente, me apuraba de todas mis fuerzas, y hacía el es fuerzo de estudiar el Universo, saludar al progreso e interesarme por las ciencias. "¿Dónde esta la justicia? ¿Ante quien estoy en deuda?"...

— "Ante mí," el Alma dijo, se enderezó y suspiró. — "Caminando contigo por la tierra, me transformé en tu esclava. Tú trabajabas y te esforzabas, pero no me considerabas para nada, y con todas tus distinciones, nuestros gustos son muy diferentes. Tú tenías un carácter duro, pero nosotros diferimos en todo. Y aquí, en la horrible oscuridad — tú eres más débil que yo, pecadora, y ahora contigo, desdichado, yo iré por mi camino"...

Y el Alma cargó su parte humana sobre la espalda. Se levantó, se preparó, como si de veras iba a emprender el camino.

En este momento, de las alturas celestes, entre las angostas paredes del agujero, cayó un rayo de luz, al fondo mismo de la prisión, como un camino dorado.

El Alma no se inmutó, se acercó, se persignó y tomó como sabía, este sendero, animosamente.

Alguien vio todo esto: la oscuridad de la muerte y en ella un rayo de luz. Me contó un buen amigo que el Alma, con su carga, se elevó desde el infierno derecho al llamado del Señor. Dicen otros de un milagro también: como si se puede ver La Luz, si, aunque sea por un momento, uno se endereza, no se apura, y despacito se pone a orar. Bajo la influencia de la oración, que se llama Contrición, dicen que con una fe fuerte, el Cielo abre la puerta. Dicen que de esta puerta va directo a los corazones de los hombres, despacito, poco a poco un caminito de oro...

Aquel que vió todo esto: una puerta en el cielo y en ella un rayo de Luz, me lo contó y me pidió de contarles a Uds.

 

 

Tu Lugar

 

Tu estás en el lugar que el Señor te dió,

Aquel lugar en el cual El te ubicó.

Sólo ahí, El será tu báculo y tu escudo

Sólo ahí darás el fruto, cumpliendo Su voluntad.

Y sí El deseara enviarte Su Gracia,

No tendrá que buscarte, sobre la ancha tierra.

El te buscará en tu lugar

Aquel lugar, que El mismo te preparó.

Quédate, ten coraje y mantente firme,

En el lugar donde El te puso.

Sí la cruz es tu destino, no bajes de la cruz,

Sí el fuego ardiente — no temas al fuego!

No suspires, ni mires triste alrededor.

Si tu lugar es humilde y recluido

Es el lugar, que el mismo Señor Dios te dio

Y quiere que allí glorifiques Su nombre.

Y cuando falles en algo en tu lugar

Hasta sí nadie lo ve, ni nadie le sabe

Sepas, que traes la congoja y el daño

A alguno de Sus fíeles y amados siervos.

Cada día acepta de la mano de Dios,

De nuevo el lugar, que Su misericordia te dió

y sí en tu alma surgen otros deseos,

Destrúyelos, con la fuerza prometida de Cristo.

Teme romper la corona de la obediencia.

Y a tu Rey contestar: "no quiero "

En el lugar, que El te destinó,

Podrás acercarte completamente a El.

Sí! en el lugar que el Señor te dio

Goza! y allí a Su amor glorifica.

Para que todos puedan ver: Su voluntad

Te trajo la vida, la alegría y la paz.

Así cuando El vendrá, no tendrá que buscarte

En lugares lejanos de la tierra.

Te buscará el lugar designado a ti

En aquel lugar que El te preparó

Y entonces, oh dicha! El te encontrará

En el lugar donde fielmente cumplas tu deber.

Y a otro sitio te elevará

A Su eterno y glorioso Reino!

 

 

Oración

A.   Balmont (1867-1942)

 

Señor Dios, inclina tu mirada.

Hacia nosotros, agotados en severa lucha.

Con tu palabra se mueven las montañas;

Las piedras, ante Ti, son como cera que se derrite;

Tu separaste las tinieblas de la intensa luz;

Creaste el cielo, y el cielo de los cielos;

A la tierra calentada por el palpitar de la vida;

Al mundo pleno de diversos milagros;

Creaste al paraíso — pero perdimos el paraíso.

Dios, haznos volver de nuevo a Ti.

Estamos exhaustos de vagar en las tinieblas.

Como somos pecadores, perdónanos, perdona.

No nos tientes con sufrimiento excesivo,

No canses con la lucha que nos sobrepasa.

Danos volver a Ti, con esperanza

Danos, oh Señor, de confluir contigo.

Tu nombre es incomprensible y maravilloso.

Dios nuestro, Padre nuestro pleno de amor!

Dios! sentimos la amargura, el miedo y dificultades.

Ten piedad, oh ten piedad, somos Tus hijos!

 

 

Oración

 

Dame Señor que en este día

Pueda ayudar a alguien,

Y a través mío se aclare la sombra

Sobre las vidas acongojadas débiles y pobres

No me dejes, por negligencia, causar dolor

Al enemigo o amigo con palabra o hecho.

No me dejes pasar callada donde es menester

Defender la verdad con palabra valiente.

Soy pobre, Dios mío, pero permíteme

Dar aunque sea algo al otro.

Quéma mi corazón en el fuego del sacrifico

Para ofrecer calor a un indigente.

Para que en la hora calma de la larde

Pueda decirle — estoy reconfortada

En este día que se va, yo logré dar

Aunque sea, un destello de luz!

 

 

La Santa Noche

 L. Orlova

 

Cuando nació El

Entre bueyes y cabras,

y por las estrellas

fue adivinado por el mago

El mago, con profundo saludo,

Trajo a Sus píes los dones;

Oro, smírna y perfumado incienso

Cuando adolescente El,

Naturaleza Divina,

Caminaba por la tierra

Solemne y serio,

De todas partes se escuchaba

"Gloría a Ti Señor!"

y los animales salvajes.

Le lamían los píes.

Cuando Redentor — El

Todo bondadoso Jesús,

Subió a la cruz

Y se apagó su triste mirada

Se silenció el último lamento.

Liberó El de los lazos

Al ínframundo y al mundo sufriente

Cuando ascendió El

Santo de los Santos,

Y Rey de los reyes,

En brillante corona,

Repicaron las estrellas

En la inmensidad celeste

Y saludó el universo

Al que se sentó en el trono.

 

 

Quien está cansado

M. Nadezhdin

 

Quien está cansado y se agotó en la lucha desigual,

Quien está herido en la cruel batalla,

Quien busca el olvido de tormentas y angustias,

Que descanse en una oración silenciosa.

Sí en tu corazón anidó la congoja,

Si difícil parece el camino,

Se puede buscar el consuelo con amor

Ante la imagen del misericordioso Dios.

Sí te atormenta el odio, con torrentes de mentiras,

Y te amenaza con infierno atroz —

Aléjate y deci, humildemente:

"Señor seas clemente a nosotros los pecadores!"

Sí en tu vida se produce una fisura,

Y la desesperación inquieta tu alma —

Apresúrate de bajar tu frente ante el Señor:

Solo El, en esta hora, ayudará...

Sí la alegría te vino a visitar,

Sí la felicidad está en la puerta —

No olvides de orar cálidamente

Y glorifica con agradecimiento a Dios!

 

 

***

M. Nadezhdin (1804-1856)

 

En estos días de penitencia, oración y ayuno

Es natural recordar a aquellos

Para quienes llegó la indigencia total,

Sin respiro, sin alegrías...

Les negaremos la comida y el calar

A inválidos enfermos, ciegos, ancianos...?

Pronto llegará la fiesta! No seria mas alegre

Por tener conciencia que allí lejos,

Ese día pasará más cálido y luminoso,

Para aquel, a quien hemos ayudado...?

Quedan pocos días hasta la fiesta —

Apresúrense, y su mano

Por el sacrificio atento, no será más pobre

Aliviando la necesidad de un indigente.

 

 

***

J.S. Nikitin (1824-1861)

 

Atribulado por la vida dura,

No una vez, encontraba para mí

La fuente de paz y fuerzas

En los vocablos de la Palabra Eterna.

Como respiran sus sonidos santos,

Con el sentimiento divino de amor,

Y el sufrimiento del corazón inquieto,

Cuan rápido calman ellos.

Aquí está todo en una imagen milagrosamente resumida

Representado por el Espíritu Santo:

Y el mundo existente ahora,

Y Dios, quien lo dirige,

Y el significado de lo existente en el mundo,

Causa, meta y fin.

Y el nacimiento del Hijo Eterno,

Y la cruz, y la corona de espinas.

Cuan dulce es leer estos renglones

Y leyendo orar en silencio

Y llorar y encontrar lecciones

De ellos para la mente y el alma.

 

 

Alaben a Dios

 D.P.

 

Alaben al Altísimo las fuerzas celestes,

Mentes presentes ante la Inteligente Luz,

Uno en Trinidad alaben con cántico excelso,

Infinitas huestes de Ángeles gozosos.

Que alaben al Creador, las criaturas materiales,

Al Padre de Luz — luminarias incontables,

Al Inefable — el orden de leyes naturales

Sobre las que El fijó al Universo.

Al Dios Omnipotente — alaben con las ciencias

La corona del conocimiento deponiendo ante él.

Al Padre de la inspiración — con sonidos selectos

Con verso poético, con palabra viviente.

Al señor alaben con servicio leal

Al dador de bienes con trabajo honesto.

Al Señor de las fuerzas - con la lucha contra el mal.

Al justísimo Juez — con juicios justos.

Al que nos llama a la Patria Celestial

Alaben, sirviendo a la patria terrenal.

Al que es todo amor — con amor al prójimo,

Amor hacia los hermanos menores sufrientes.

Alaben al que no tiene sombra alguna

Con la limpidez de corazones sumisos.

A la santidad de los santos excelsos

Alaben con altos pensamientos santos.

Alabemos al Creador con la vida sin pecado.

Con la muerte pacifica — alabemos a Él,

Y nos dará la resurrección a la vida eterna

Tal como para nosotros a Su Hijo levantó.

 

 

 

Temas Religioso-históricos y filosoficos

 

Hijos de Otra Generación

Princ. P.A. Viazemsky (1792-1878)

 

Hijos de otra generación

En ésta, somos flores del año pasado

Las impresiones de los vivientes, nos son ajenas

y nuestras, no despierta eco en ellos .

Lo que amamos — ellos ya no aman.

Sus pasiones nos dejan indiferentes.

No estuvieron — donde estuvimos.

Donde estarán — ya no llegaremos.

Para ellos nuestro mundo — es un templo desierto.

Nuestra historia — es un mito vació.

Y lo que, para nosotros, son cenizas sagradas.

Para ellos es sólo — un polvo mudo.

 

 

Un Cuento

Vladimir Soloukhin (publicado en URSS en 1965)

 

En el templo, columnas

Finamente esculpidas y doradas

Desde el piso hasta el techo se elevaban.

En "rizas" doradas todos los iconos

Brillaban suavemente en la penumbra.

Hasta las sombras del templo

Parecían levemente doradas.

En esta penumbra de oro ardían,

Como luces de puro rubí.

Las lamparas votivas, sobre sus cadenitas de oro.

Temprano, a la mañana, venia la gente.

Hombres y mujeres orantes.

Prendían las trémulas velas,

Se difundía la media-luz de ámbar.

El incienso se elevaba hasta la bóveda,

Como azules remolinos perfumados.

La intensa luz desde la ventana alta

Pasaba a través de nubes de incienso

Y sonaba el canto gozoso

Mas alto que el incienso y la neblina ambarina,

Mas alta que las columnas esculpidas y doradas.

En aquel templo bajo una pesada "riza,"

Cinco siglos se acongojaba la Madre de Dios,

Con rostro inclinado sobre el Niño,

Ojos alargados, sombreados,

Con un profundo pliegue amargo de la boca.

Quien? Un aprendiz modesto?

Un monje humilde de mirada pura?

Un hombre de ojos penetrantes?

Llamó a la vida el rostro quieto de María?

No podríamos adivinar ahora,

Pero decimos — fue muy talentoso.

Cinco siglos se acongojaba la Madre de Dios

Sobre Su Hijo crucificado.

Pero, es posible que se apenaba

Por muchas quejas que le llegaban

De aldeanas, pobremente ataviadas,

Procedentes de aldeas cercanas,

Le decían en voz baja, con fe y esperanza:

"Ya que al Mismo no nos atrevemos,

Hemos pecado mucho...

A ver si Se enoja y nos castiga...

Y también no nos atrevamos

A molestar a El con pequeñeces.

Pero Tu hablaras de nosotros ante Tu Hijo.

Le contaras nuestras cuitas tontas,

Nuestras necesidades indignas,

El corazón de la madre se ablanda,

Donde el corazón del juez no se inmuta.

Por eso, Te llamamos: Madre Intercesora, perdónanos!"

Y luego llegó una gran ola.

Con débil ruido cayeron las columnas,

Las cadenas se cortaron en eslabones,

Los ladrillos se rompieron en pedazos,

Las lluvias se llevaron el dorado,

A la escuela para calefacción,

Se llevaron los iconos...

Creció una alta ortiga

Donde antes se elevaban los muros

Del hermoso templo blanco.

La gente, ahora, se queja en los diarios:

Del presidente, del "koljos,"

Del jefe de brigadas Teodor,

A ver si encuentran la satisfacción...

Una vez iba yo en auto. Tuve sed.

Al final de una aldea, vi una casucha.

Llamé. Me abrió una viejita.

Me hizo pasar a la pieza.

Tomé agua en un cuenco, me sequé los labios

Y pasé detraes de una cortina

Donde estaba la cocina, para tirar el resto.

Allí había cacerolas, tinas, baldes,

Sobre un piso rajado, encima de un banco,

Brillando con oro y color — estaba María

En vestiduras de pliegues dorados,

Con rostro inclinado sobre el Niño,

Ojos alargados, sombreados,

Con un profundo pliegue amargo en la boca.

"Abuela, dame esta icono,

Lo llevare inmediatamente a la capital...

No es lugar para él entre las cacerolas

Y tinas ennegrecidas"

"Y para que lo quieres? Para reírte?

Para blasfemar sobre Ella?"

"Su lugar esta, no en la cocina

Sino, en un museo:

En Louvre, Tretiakov, Ermitage!"

"Del museo vinieron varias veces,

Me daban mucha plata,

Me rogaban tanto, tanto,

Que hasta me dieron pena.

Pero no me engañan. Dije:

"Pueden cortarme en pedazos,

Pueden quemar mis ojos con el hierro,

A la Madre de Dios, la luminosa María

No daré a los demonios para ofensa!"

"Estas mal, abuela, de que demonios hablas?

Estos son todos trabajadores de arte!

Ellos saben apreciar a la belleza,

La recogen en gotas..."

"Esto es. Habiendo destruido en masa

Ahora recogen en gotas..."

"Pero para que lo quieres? Para orar?

Tienes, seguro, mas iconos."

"Como para que? Me levanto temprano,

Paso un poco de aceite al icono,

Prendo ante Ella la lampara votiva

Y Ella habla conmigo.

Tan cariñosa y dulcemente

La Intercesora sabe hablar."

"Se ve que estas completamente loca, abuela,

Donde se ha visto que una tabla de tilo

Hasta con colores dorados, sepa hablar con nosotros?"

"Tu para que viniste? Tomar agua?

Anda con Dios, la puerta esta abierta."

Iba yo entre campos verdes,

Entre ciudades de cemento,

Hablaba con la gente, comía en casas de té,

Pasaba las noches en posadas regionales...

Paulatinamente, me comenzó a parecer

Un cuento, un sueno raro. —

Como si, en una cocina de la viejita,

Donde cacerolas y baldes

Sobre un banco de roble,

Vive, se refugia la Madre de Dios,

En vestiduras de pliegues dorados,

Con rostro inclinado sobre el Niño

Ojos alargados, sombreados,

Con un profundo pliegue amargo de la boca...

La abuela se levanta, pasa un poco de aceite,

Prende, quedamente, la lampara

Y comienza a hablar con la Intercesora...

... Del museo vienen en vano.

 

 

 

La vida

S. Nadson (1862-1887)

 

Cambiando, cada instante su imagen extravagante,

Caprichosa, como un niño y fantasmal como el humo,

Hierve, en todas partes, la vida en vana inquietud,

Mezclando lo grande, con lo ínfimo y ridículo.

Que ruido disonante, y cuan abigarrado el cuadro:

Aquí, un beso de amor, allá, un golpe de cuchillo,

Aquí, sonó, descarado el cascabel del arlequín,

Allá, el profeta, doblegado bajo la cruz.

Donde hay sol — hay sombra. Donde hay lagrimas y oraciones,

Hay un rebelde quejido de indigencia hambrienta,

Ayer, aquí, bulla una sangrienta batalla,

Y mañana florecerán perfumadas flores.

Aquí, hay una perla, en el lodo, pisoteada por la turba.

Y aquí, un perfumado fruto, comido por el gusano.

Ayer fuístes un héroe, orgulloso de ti mismo,

Ahora, eres un lastimoso cobarde, destruido por la vergüenza.

La vida es una, esfinge. Su ley es el instante.

Y no hay, entre los hombres, un sabio tal

Quien pueda decir a la turba, hacía donde se mueve

Quien pueda captar los rasgos de su rostro.

O, es toda tristeza, oh, es toda atracción.

O, todo en ella es brillo y luz, o, todo oprobio y tinieblas.

La vida es un serafín y una ebria bacante,

La vida es — océano y una estrecha prisión.

 

 

La Pecadora

Conde Alexis Tolstoy (1817-1875)

 

El pueblo bulle, alegría, risas,

Toque de laudes y ruido de cimbales,

Verdor y flores, alrededor,

Y entre los pilares a la entrada de la casa

Los pliegues del pesado brocado

Levantados con la cinta ornada,

El palacio está ricamente decorado

Por doquier brillan el cristal y el oro,

El patio está lleno de cocheros y caballos;

Reunidos en un gran banquete,

La ruidosa asamblea de invitados come.

Transcurre una conversación cruzada,

Intercalada con la música.

Nada incómoda a su charla:

Ellos hablan libremente,

Del odiado yugo de Roma,

De cómo gobierna el Pilato,

De la reunión secreta de sus ancianos

Del comercio, la paz y la guerra,

De aquel extraño hombre

Que apareció en su país.

II

Ardiendo de amor a los prójimos,

El enseña la humildad al pueblo,

El supeditó a todas las leyes de Moisés

A la ley de amor,

No tolera la ira y la venganza,

El predica el perdón,

Ordena pagar con el bien al mal,

Posee una fortaleza no terrenal,

A los ciegos devuelve la vista,

Regala la fuerza y el movimiento

Al que era débil y cojo,

No necesita la aceptación,

Su corazón es abierto,

A su mirada inquisitiva,

Todavía nadie pudo sostener.

Sanando a la enfermedad, curando al sufrimiento

Era, en todas partes, el Salvador,

Y a todos extendió su bondadosa mano

Y no condenó a nadie.

Es, aparentemente, un hombre elegido de Dios,

Allí, del otro lado del Jordán,

Caminaba como un enviado del cielo,

El hizo allí muchos milagros,

Ahora llegó, el Benévolo, a este lado del río.

Como una muchedumbre atenta y obediente,

Lo siguen los discípulos."

III

Así discurrían entre si, los invitados

Durante el largo banquete.

Entre ellos, vaciando la copa,

Estaba sentada la joven pecadora,

Su rara vestimenta

Atraía las miradas sin querer.

Sus prendas atrevidas,

Hablaban de la vida pecaminosa,

Pero la joven caída, era hermosa.

Viéndola, ante la fuerza del encanto peligroso,

Difícilmente pueden contenerse

Los jóvenes y los ancianos.

Los ojos, despectivos y atrevidos,

Como la nieve del Líbano, blancos los dientes,

Como la canícula, caliente la sonrisa.

Alrededor del talle cayendo ampliamente,

Los tejidos traslúcidos, enervan al ojo

Caídos del hombro desnudo,

Sus aros y brazaletes

Sonando, llaman al éxtasis de la lujúria y gozos ardientes

Diamantes brillan aquí y allá,

Y haciendo sombra a las mejillas,

En toda la abundancia de la belleza,

Entrelazados con un hilo de perlas,

Caen los suntuosos cabellos.

En ella la conciencia no molesta al corazón,

No se empurpura con la vergüenza.

Comprar con oro, cada uno puede

Su amor venal.

Y escucha la joven las conversaciones,

Y para ella, éstas, parecen un reproche.

El orgullo se despertó en ella

Y dice con la mirada jactanciosa:

"No temo a ningún poder!

Quieren una apuesta conmigo?

Que aparezca vuestro maestro

El no turbará a mis ojos! "

IV

El vino fluye, ruido, risas,

Sonido de laudes y ruido de cimbales,

Incienso, sol y flores.

Y he aquí, a la turba vanamente ruidosa,

Se acerca un hombre de buena prestancia,

Sus hermosos rasgos

Su porte, caminar y movimientos

En el brillo de la joven belleza,,

Están llenos de fuego e inspiración,

Su aspecto majestuoso

Respira un poder invencible,

Las alegrías terrenales no lo afectan,

Y sus ojos miran al futuro.

Es un nombre, que no se parece a los mortales,

El sello de los elegidos está sobre él,

Es luminoso como un arcángel de Dios,

Cuando con la espada de fuego

Envió, por orden de Jehová

Al enemigo a las cadenas eternas.

La mujer pecadora, sin querer,

Esta confundida por su grandeza

Y mira indecisa, bajando los ojos,

Pero, recordando su reciente reto

Se levanta de su asiento

Y enderezando su flexible talle

Avanza valientemente

Y presenta la copa espumosa

Al recién llegado con una sonrisa desafiante:

"Tu eres aquél que enseña la renunciación ?

No creo en tu enseñanza,

La mía es más fidedigna y segura,

No pienses en confundirme ahora,

Solitario caminando por el desierto,

Ayunando cuarenta días!

Sólo los gozos me atraen!

No conozco ni al ayuno, ni a la oración,

Creo sólo en la belleza,

Sirvo al vino y a los besos,

Mi espíritu no se turba por ti

Me río de tu pureza!"

Y su discurso todavía sonaba,

Todavía se reía ella

Y la espuma ligera del vino

Corría por los anillos de sus manos,

Cuando surgió alrededor una discusión

Y escucha la pecadora consternada:

"Ella se equivocó! La confundió

La cara de recién llegado

Este no es el Maestro, ante ella,

Es Juan de Galilea

Su discípulo predilecto..."

V

Sin prestar atención a las inútiles ofensas,

El escuchaba a la joven.

Y detrás de él, con expresión tranquila,

Al palacio se acerca otro.

En su expresión humílde

No hay entusiasmo, ni inspiración,

Pero un pensamiento profundo

Reposaba sobre su Divina frente,

Esta no es la mirada de águila de un profeta,

No el encanto de la belleza angelical.

Están separados en dos

Sus cabellos ondeados

Sobre la túnica desciende

Un manto de lana, vistiendo

Con un tejido simple, su esbelta figura

En los movimientos es recatado y simple,

Alrededor de su hermosa boca, se dispone

La barba levemente dividida.

A los ojos tan bondadosos y claros

Nadie vio nunca.

Y sobre el pueblo pasó

Como una ráfaga de silencio

Y milagrosamente, con su benévola llegada

Los corazones de los invitados, están estremecidos

La conversación cesó. Como esperando

Está sentada inmóvil la asamblea,

Respirando con dificultad.

Y Él, en un profundo siléncio,

Miró a los presentes, con ojos tranquilos

Y no entrando en la casa de la alegría,

Detuvo su mirada triste

Sobre la atrevida joven presumida.

VI

Y esta mirada era como un rayo de alba.

Y todo se abrió a ella,

Y en el corazón sombrío de la pecadora

Se dispersaron las tinieblas nocturnas,

Y todo lo que estaba allí escondido,

Lo que fue realizado en le pecado,

Ante sus ojos, sin piedad,

Fue iluminado hasta la profundidad.

Súbitamente, ella comprendió

La falsedad de la vida blasfema,

Toda la mentira de sus acciones viciosas,

Y fue presa de pavor.

Ya sobre el borde del arrepentimiento,

Ella apreció, extrañada

Cuan numerosos bienes y fuerzas

El Señor, generosamente, le regaló

Y como ella, su mañana clara,

Ensuciaba, constantemente, con el pecado

Y, por primera vez, rechazando el mal,

Ella, en esta mirada benévola,

Leyó el castigo a sus días disolutos

Y, también, la misericordia.

Y sintiendo un comienzo nuevo,

Todavía temiendo a los lazos terrenales,

Estaba parada, vacilante.

Y de repente, en el silencio, sonó el ruido

De la copa que cayó de sus manos,

Se escucha un quejido del pecho oprimido,

La joven pecadora palidece,

Tiemblan los labios entreabiertos,

Y cae, de bruces, sollozando

Ante la santidad de Cristo.

 

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