ATRÁS Poesías y Poemas de Poetas Rusos _________________________________________________________ Poesías
Religiosas El Ruego por la Cáliz J.S. Nikitin
(1824-1861) El día quieto lentamente se apaga. Está límpida la cúpula celeste del
cielo, Todo el ocaso brilla en oro, Sobre la tierra de Judea. Alzándose tranquilo, sobre los campos Iluminado por el sol del ocaso, Se eleva: el alto Eleón Con sus jardines perfumados. Y lleno de brillo ante él, Animado por el ruido del pueblo, Se extiende el santo Jerusalén Rodeado de su potente muro. En la lejanía Geval y Garisim, Hacia el oriente las aguas del Jordán. Con el exuberante verdor de los valles Se perfilan entre olas de neblina. Y la belleza del Mar Muerto Como a través del sueño, mira al cielo. Y allá, lejos, hacia el occidente, Las ondas azules del Mediterráneo En su poderosa extensión, Están contenidas por las costas de arena... Oscurece... Silencio en todas partes... Ya se prendieron las luminarias nocturnas, Y la luna llena, intensamente. Iluminó el jardín de Getsemaní. En el pasto, bajo las ramas de olivos Olvidando el bullicio de Jerusalén, Los hijos de la Palabra Divina, Duermen tres apóstoles de Cristo Su sueño es tranquilo y profundo. Pero pesadamente dormía el mundo pecador. El vicio hereditario de los siglos. Lo encerró en sus cadenas, La maldición del ancestro estaba sobre él, Como una mancha de infámia, Y cada siglo, con su nuevo mal Lo aquejaba como con una ulcera. Pero la hora de liberación llegaba Y ajeno al oprobio general, El enviado de Dios, en ese momento, Decidía el destino del mundo Por la palabra de alta verdad, La cruz de Gólgota preveía Él, Y turbado con sentimiento de congoja, Oraba al Padre en la soledad: "Tú conoces, Padre a mi pena, Y ves como sufre Tu Hijo. Oh sosténme, ruego, Mi alma está exhausta! El día del suplicio esta cerca: y llegará — Como una víctima, entregada al pueblo, Tu Hijo, morirá sin protestar. Morirá por la liberación general... Herido por la maldición del gentío Martirizado y desnudo, Bajará ante la turba Su cabeza ensangrentada. Y aquellos, a los que, desde la cruz, Enviara el don de la bendición, Con la sonrisa de desprecio orgulloso, Levantarán su mano sobre Cristo... Oh, Padre mío, que pase de largo Cáliz este a Tu Hijo! Me es amargo ver la maldad del mundo Por su redención. Pero que no se cumpla mi voluntad. Que sea así, como Tú lo quieres! El destino designado por Ti Es la obra de la Verdad eterna. Y si a Tu pueblo, Mi ignominía traerá el bien, Que por la liberación general El hijo del hombre muera! Terminada la oración lleno de congoja Se acercó a los discípulos Y viendo su sueño tranquilo, Les dijo: "Levántense la hora llegó! Dejen su sueño y oren. Para no caer en la tentación. Entonces, se fortalecerán en la fe, Y con la fe recibirán al infortúnio" Dijo — y silenciosamente se alejó, Hacia allí, donde antes lloró Y sacudido por la misma pena Cayo al suelo y oró. "Padre, Tu me enviaste al mundo, Pero a Tu Hijo, el mundo no acepta, Le anunciaba el amor — A mis palabras no escucha Fui el médico de sus enfermos, Oraba por mis enemigos, Y de mí, Jerusalén. Como de un impostor se mofaba, Al pueblo le legue la paz, El pueblo me amenaza con un juicio; En el mundo resucitaba a los muertos... Y el mundo me prepara la cruz!... Oh, si es posible, de mí Que pase de largo este cáliz! Tu eres Dios de amor, principio de la luz, Y todo es posible para Ti! Pero si es necesaria la sangre Santa Para reconciliar a la tierra con el cielo — Bendiciendo a Tu juicio eterno, Estoy listo de subir a la cruz!" Y la mirada con la inexpresable tristeza Bajó del cielo a la tierra Y de nuevo, preso de congoja, Se acercó a los discípulos. Pero sobre sus ojos un sueño invencible pesaba. Al gran misterio de esta noche Su pobre mente no llegaba. Y estuvo parado, sin hablar, lleno de pena, Bajando Su alta frente Y cruzando sobre el pecho Sus Santas manos. Que pensaba El, en estos momentos Como hombre e Hijo de Dios, Que levantó el pecado de los milenios, — Lo sabia, solo, su Padre. Pero ningún alma humana No sintió nunca el pesado dolor Que se alojaba en su pecho entonces. Y los hombres, seguramente, no entenderían Todo nuestro mundo pecador no percibiría A las lágrimas que brillaban En ese momento, en los ojos del Salvador. Y de nuevo se alejó A la sombra de higueras y olivos Y allí arrodillado De nuevo lloraba y oraba: "Oh, Dios mío! Siento pesadumbre Mi mente vacila y se ensombrece: Toda la maldad humana Sobre mi solo pesa. La infamia humana — el oprobio de siglos — Todo lo tomo sobre mí Pero bajo este peso de cadenas Como hombre desfallezco... Oh, no me dejes en la lucha Con mi carne terrenal — Y todo lo deseado por Ti Que se cumpla en mí...! Ruego que descienda sobre mi La fuerza Santa de la entereza! Que cumpla con amor La gran hazaña de reconciliación!" Y levantó Sus manos hacia el cielo Y se transformó todo en una oración, El fuego quemaba Su rostro, El sangriento sudor corría por el Y súbitamente, del cielo despejado, Rodeado de rayos de luz, Apareció en el jardín solitario, El mensajero de divinos milagros Era maravillosa su hermosa mirada, Y clara e impasible su frente animada Y el rostro estaba iluminado como un claro día Y se paró cerca del Salvador. Y con un discurso inspirado en lo alto, Lo fortificaba, para la gloriosa hazaña Al Redentor del Universo. Y El mismo, semejante a una sombra ligera, Y lleno de fuerzas Bienhechoras. Dobló en una oración encendida Sus inmateriales rodillas.., Alrededor, todo estaba mudo En el cielo reinaba el silencio Solo en el reino de las tinieblas solitario Sufría, inútilmente, el Satanás. El sabía que en el mundo vacilaba, Su reino de poder Y el mundo, caído sin gloria, Se acercaba a libertad nueva. El culpable del mal, entendía, Quien era el Mesías Encarnado, Y que pedía a su Padre. Y anonadado con terrible padecimiento, El orgulloso espíritu sufría Aniquilado, con la maldad impotente... Con calma, en la altura celeste Brillaban millares de luminarias. Y lleno de deliciosa frescura Estaba el aire puro. Sobre la tierra, Elevándose quedamente, el habitante del cielo Volaba hacia las alturas supraestelares. Mientras tanto el Redentor del mundo, De nuevo se acercó a los discípulos. Y en ese momento milagroso Cuan, verdaderamente grande era El, Con que fuego animado, Ardía Su hermoso rostro! Cuán claramente reflejaban los ojos Toda Su firme voluntad. Con que alegría las luminarias de la noche Desde lo alto miraban a El! Los discípulos como antes dormían. Y de nuevo el Salvador les dijo "Levántense esta cerca el día de
tristeza, y la hora de traición llegó" y el sonido de espadas afiladas despertó al jardín de Getsemaní y el brillo de fatídicas antorchas iluminó al rostro de Judas. *** A.
Maikov (1823-1847) No digas que no hay salvación. Que estas vencido por la tristeza, Cuando la noche es mas oscura, Las estrellas brillan mas. Cuando la congoja es mas profunda, Dios esta mas cerca *** V.Soloviev
(183-1900) Si! Dios esta con nosotros – no alli en la cupula
celeste. No mas alla de limites de los encontables mundos. No en fuego ni en la tormenta. Y no en la dormida memoria de los siglos. El esta aqui ahora – entre lo vano y casual Entre las tribulaciones de la vida. Tu posees al todogozoso secreto. El mal es imposible; somos eternos; ¡DIOS esta con nosotros! El Ángel M. Lermontov (1814-1841) Por el cielo de medianoche volaba un ángel. Y cantaba una queda canción. La luna, las estrellas y la multitud de las nubes Escuchaba a aquella santa canción. El cantaba la dicha de espíritus sin pecado. Bajo frondes de jardines de paraíso, La grandeza de Dios, cantaba el, Y su alabanza era sincera. En brazos llevaba una joven alma, Para el mundo de tristeza y lágrimas, Y el sonido de su canción en el alma, Quedó sin palabras, pero vivo. Y languideció ella en el mundo, largo tiempo, Plena de un deseo maravilloso. Y a los sonidos del cielo, no podían sustituirle Las tediosas canciones de la tierra. Plegaria: Enséñame,
ó Dios mío... K. Romanof (K.R.1858-1915) Enséñame, ó Dios mío, a
amarte Con toda la mente y pensamiento Para dedicarte el alma y toda la vida, Con cada latido del corazón. Enséñame a cumplir solo Tu misericordiosa voluntad. Enséñame a no quejarme nunca De mi destino, tan difícil. A todos los que Has venido a redimir Con Tu Purísima Sangre, Enséñame, ó Dios mío a amar Con amor generoso y profundo. Cuento Olga Ruskaia (1996) Dicen que una vez, por el ancho mundo, unida con su
cuerpo terrestre, caminaba el Alma por el sendero de la tierra. Caminaba
despacio, sin ruido, no en triste silencio, no con alegría sin sentido,
— caminaba como todos, bastante ordenada. No era buena, ni enojada, no
estúpida, ni superdotada. No había robado, no había
matado, hasta había amado a alguien. Una vez en este camino, pensó en Dios y le
apareció en algún lugar, en las alturas, como un pedazo de cielo.
Como si una grieta se hizo más ancha y se iluminó el mundo, y de
las alturas, como de una ventana, hasta la tierra apareció un sendero. "Espera" el Alma dijo — "¿No
sería mejor doblar a la derecha?" — "¡No, a la
izquierda!" — "¡Qué discusión!" —
gritó el cuerpo con fiereza, gritó, se enojó, y el Alma se
sometió. Perder la fuerza en cavilaciones, el cuerpo, amenazante, le
prohibió. — "Yo mismo encontraré el camino!"
declaró muy serio. "A ti y a mí en la tierra sin esto hay
mucho que hacer". Armar una discusión con un compañero poco
amistoso, con el cuerpo descarado y enojadizo, el Almita no se atrevió. Y el Almita, desde entonces, toda encogida, bajo el yugo
del cuerpo, caminó por los senderos desconocidos. Eran polvorientos
estos caminos. Y los compañeros míseros, pero el Alma, aunque se
ahogaba, discutir no se atrevía. Para conformar al cuerpo, en
tórridos colores, en intemperie, en huracanes, en neviscas — caminaban
ellos hacia alguna meta. Pero otros caminaban también en la misma
dirección, caminaban hasta más rápido, y una vez los pies
de alguien lo sacaron al cuerpo del camino. Y no sólo a la banquina,
sino a un profundo agujero. Y cayó al fondo de una cima un pobre
cadáver contrahecho. Pero no estaba muerto. Y en la oscuridad venenosa,
desangrándose, el cuerpo se quejaba lastimosamente. —"¿Por
cuáles crímenes sufro tanto? Trabajaba en el sudor de mi frente,
me apuraba de todas mis fuerzas, y hacía el es fuerzo de estudiar el
Universo, saludar al progreso e interesarme por las ciencias.
"¿Dónde esta la justicia? ¿Ante quien estoy en
deuda?"... — "Ante mí," el Alma dijo, se
enderezó y suspiró. — "Caminando contigo por la tierra, me
transformé en tu esclava. Tú trabajabas y te esforzabas, pero no
me considerabas para nada, y con todas tus distinciones, nuestros gustos son
muy diferentes. Tú tenías un carácter duro, pero nosotros
diferimos en todo. Y aquí, en la horrible oscuridad — tú eres
más débil que yo, pecadora, y ahora contigo, desdichado, yo
iré por mi camino"... Y el Alma cargó su parte humana sobre la espalda.
Se levantó, se preparó, como si de veras iba a emprender el
camino. En este momento, de las alturas celestes, entre las
angostas paredes del agujero, cayó un rayo de luz, al fondo mismo de la
prisión, como un camino dorado. El Alma no se inmutó, se acercó, se
persignó y tomó como sabía, este sendero, animosamente. Alguien vio todo esto: la oscuridad de la muerte y en
ella un rayo de luz. Me contó un buen amigo que el Alma, con su carga,
se elevó desde el infierno derecho al llamado del Señor. Dicen
otros de un milagro también: como si se puede ver La Luz, si, aunque sea
por un momento, uno se endereza, no se apura, y despacito se pone a orar. Bajo
la influencia de la oración, que se llama Contrición, dicen que
con una fe fuerte, el Cielo abre la puerta. Dicen que de esta puerta va directo
a los corazones de los hombres, despacito, poco a poco un caminito de oro... Aquel que vió todo esto: una puerta en el cielo y
en ella un rayo de Luz, me lo contó y me pidió de contarles a
Uds. Tu Lugar Tu estás en el lugar que el Señor te
dió, Aquel lugar en el cual El te ubicó. Sólo ahí, El será tu báculo y
tu escudo Sólo ahí darás el fruto, cumpliendo
Su voluntad. Y sí El deseara enviarte Su Gracia, No tendrá que buscarte, sobre la ancha tierra. El te buscará en tu lugar Aquel lugar, que El mismo te preparó. Quédate, ten coraje y mantente firme, En el lugar donde El te puso. Sí la cruz es tu destino, no bajes de la cruz, Sí el fuego ardiente — no temas al fuego! No suspires, ni mires triste alrededor. Si tu lugar es humilde y recluido Es el lugar, que el mismo Señor Dios te dio Y quiere que allí glorifiques Su nombre. Y cuando falles en algo en tu lugar Hasta sí nadie lo ve, ni nadie le sabe Sepas, que traes la congoja y el daño A alguno de Sus fíeles y amados siervos. Cada día acepta de la mano de Dios, De nuevo el lugar, que Su misericordia te dió y sí en tu alma surgen otros deseos, Destrúyelos, con la fuerza prometida de Cristo. Teme romper la corona de la obediencia. Y a tu Rey contestar: "no quiero " En el lugar, que El te destinó, Podrás acercarte completamente a El. Sí! en el lugar que el Señor te dio Goza! y allí a Su amor glorifica. Para que todos puedan ver: Su voluntad Te trajo la vida, la alegría y la paz. Así cuando El vendrá, no tendrá que
buscarte En lugares lejanos de la tierra. Te buscará el lugar designado a ti En aquel lugar que El te preparó Y entonces, oh dicha! El te encontrará En el lugar donde fielmente cumplas tu deber. Y a otro sitio te elevará A Su eterno y glorioso Reino! Oración A. Balmont
(1867-1942) Señor Dios, inclina tu mirada. Hacia nosotros, agotados en severa lucha. Con tu palabra se mueven las montañas; Las piedras, ante Ti, son como cera que se derrite; Tu separaste las tinieblas de la intensa luz; Creaste el cielo, y el cielo de los cielos; A la tierra calentada por el palpitar de la vida; Al mundo pleno de diversos milagros; Creaste al paraíso — pero perdimos el
paraíso. Dios, haznos volver de nuevo a Ti. Estamos exhaustos de vagar en las tinieblas. Como somos pecadores, perdónanos, perdona. No nos tientes con sufrimiento excesivo, No canses con la lucha que nos sobrepasa. Danos volver a Ti, con esperanza Danos, oh Señor, de confluir contigo. Tu nombre es incomprensible y maravilloso. Dios nuestro, Padre nuestro pleno de amor! Dios! sentimos la amargura, el miedo y dificultades. Ten piedad, oh ten piedad, somos Tus hijos! Oración Dame Señor que en este día Pueda ayudar a alguien, Y a través mío se aclare la sombra Sobre las vidas acongojadas débiles y pobres No me dejes, por negligencia, causar dolor Al enemigo o amigo con palabra o hecho. No me dejes pasar callada donde es menester Defender la verdad con palabra valiente. Soy pobre, Dios mío, pero permíteme Dar aunque sea algo al otro. Quéma mi corazón en el fuego del sacrifico Para ofrecer calor a un indigente. Para que en la hora calma de la larde Pueda decirle — estoy reconfortada En este día que se va, yo logré dar Aunque sea, un destello de luz! La Santa Noche L. Orlova Cuando nació El Entre bueyes y cabras, y por las estrellas fue adivinado por el mago El mago, con profundo saludo, Trajo a Sus píes los dones; Oro, smírna y perfumado incienso Cuando adolescente El, Naturaleza Divina, Caminaba por la tierra Solemne y serio, De todas partes se escuchaba "Gloría a Ti Señor!" y los animales salvajes. Le lamían los píes. Cuando Redentor — El Todo bondadoso Jesús, Subió a la cruz Y se apagó su triste mirada Se silenció el último lamento. Liberó El de los lazos Al ínframundo y al mundo sufriente Cuando ascendió El Santo de los Santos, Y Rey de los reyes, En brillante corona, Repicaron las estrellas En la inmensidad celeste Y saludó el universo Al que se sentó en el trono. Quien está cansado M. Nadezhdin Quien está cansado y se agotó en la lucha
desigual, Quien está herido en la cruel batalla, Quien busca el olvido de tormentas y angustias, Que descanse en una oración silenciosa. Sí en tu corazón anidó la congoja, Si difícil parece el camino, Se puede buscar el consuelo con amor Ante la imagen del misericordioso Dios. Sí te atormenta el odio, con torrentes de
mentiras, Y te amenaza con infierno atroz — Aléjate y deci, humildemente: "Señor seas clemente a nosotros los
pecadores!" Sí en tu vida se produce una fisura, Y la desesperación inquieta tu alma — Apresúrate de bajar tu frente ante el
Señor: Solo El, en esta hora, ayudará... Sí la alegría te vino a visitar, Sí la felicidad está en la puerta — No olvides de orar cálidamente Y glorifica con agradecimiento a Dios! *** M. Nadezhdin
(1804-1856) En estos días de penitencia, oración y
ayuno Es natural recordar a aquellos Para quienes llegó la indigencia total, Sin respiro, sin alegrías... Les negaremos la comida y el calar A inválidos enfermos, ciegos, ancianos...? Pronto llegará la fiesta! No seria mas alegre Por tener conciencia que allí lejos, Ese día pasará más cálido y
luminoso, Para aquel, a quien hemos ayudado...? Quedan pocos días hasta la fiesta — Apresúrense, y su mano Por el sacrificio atento, no será más pobre Aliviando la necesidad de un indigente. *** J.S. Nikitin
(1824-1861) Atribulado por la vida dura, No una vez, encontraba para mí La fuente de paz y fuerzas En los vocablos de la Palabra Eterna. Como respiran sus sonidos santos, Con el sentimiento divino de amor, Y el sufrimiento del corazón inquieto, Cuan rápido calman ellos. Aquí está todo en una imagen milagrosamente
resumida Representado por el Espíritu Santo: Y el mundo existente ahora, Y Dios, quien lo dirige, Y el significado de lo existente en el mundo, Causa, meta y fin. Y el nacimiento del Hijo Eterno, Y la cruz, y la corona de espinas. Cuan dulce es leer estos renglones Y leyendo orar en silencio Y llorar y encontrar lecciones De ellos para la mente y el alma. Alaben a Dios D.P. Alaben al Altísimo las fuerzas celestes, Mentes presentes ante la Inteligente Luz, Uno en Trinidad alaben con cántico excelso, Infinitas huestes de Ángeles gozosos. Que alaben al Creador, las criaturas materiales, Al Padre de Luz — luminarias incontables, Al Inefable — el orden de leyes naturales Sobre las que El fijó al Universo. Al Dios Omnipotente — alaben con las ciencias La corona del conocimiento deponiendo ante él. Al Padre de la inspiración — con sonidos selectos Con verso poético, con palabra viviente. Al señor alaben con servicio leal Al dador de bienes con trabajo honesto. Al Señor de las fuerzas - con la lucha contra el
mal. Al justísimo Juez — con juicios justos. Al que nos llama a la Patria Celestial Alaben, sirviendo a la patria terrenal. Al que es todo amor — con amor al prójimo, Amor hacia los hermanos menores sufrientes. Alaben al que no tiene sombra alguna Con la limpidez de corazones sumisos. A la santidad de los santos excelsos Alaben con altos pensamientos santos. Alabemos al Creador con la vida sin pecado. Con la muerte pacifica — alabemos a Él, Y nos dará la resurrección a la vida eterna Tal como para nosotros a Su Hijo levantó. Temas
Religioso-históricos y filosoficos Hijos de Otra Generación Princ. P.A. Viazemsky (1792-1878) Hijos de otra generación En ésta, somos flores del año pasado Las impresiones de los vivientes, nos son ajenas y nuestras, no despierta eco en ellos . Lo que amamos — ellos ya no aman. Sus pasiones nos dejan indiferentes. No estuvieron — donde estuvimos. Donde estarán — ya no llegaremos. Para ellos nuestro mundo — es un templo desierto. Nuestra historia — es un mito vació. Y lo que, para nosotros, son cenizas sagradas. Para ellos es sólo — un polvo mudo. Un Cuento Vladimir Soloukhin (publicado
en URSS en 1965) En el templo, columnas Finamente esculpidas y doradas Desde el piso hasta el techo se elevaban. En "rizas" doradas todos los
iconos Brillaban suavemente en la penumbra. Hasta las sombras del templo Parecían levemente doradas. En esta penumbra de oro ardían, Como luces de puro rubí. Las lamparas votivas, sobre sus cadenitas de oro. Temprano, a la mañana, venia la gente. Hombres y mujeres orantes. Prendían las trémulas velas, Se difundía la media-luz de ámbar. El incienso se elevaba hasta la bóveda, Como azules remolinos perfumados. La intensa luz desde la ventana alta Pasaba a través de nubes de incienso Y sonaba el canto gozoso Mas alto que el incienso y la neblina ambarina, Mas alta que las columnas esculpidas y doradas. En aquel templo bajo una pesada "riza," Cinco siglos se acongojaba la Madre de Dios, Con rostro inclinado sobre el Niño, Ojos alargados, sombreados, Con un profundo pliegue amargo de la boca. Quien? Un aprendiz modesto? Un monje humilde de mirada pura? Un hombre de ojos penetrantes? Llamó a la vida el rostro quieto de María? No podríamos adivinar ahora, Pero decimos — fue muy talentoso. Cinco siglos se acongojaba la Madre de Dios Sobre Su Hijo crucificado. Pero, es posible que se apenaba Por muchas quejas que le llegaban De aldeanas, pobremente ataviadas, Procedentes de aldeas cercanas, Le decían en voz baja, con fe y esperanza: "Ya que al Mismo no nos atrevemos, Hemos pecado mucho... A ver si Se enoja y nos castiga... Y también no nos atrevamos A molestar a El con pequeñeces. Pero Tu hablaras de nosotros ante Tu Hijo. Le contaras nuestras cuitas tontas, Nuestras necesidades indignas, El corazón de la madre se ablanda, Donde el corazón del juez no se inmuta. Por eso, Te llamamos: Madre Intercesora,
perdónanos!" Y luego llegó una gran ola. Con débil ruido cayeron las columnas, Las cadenas se cortaron en eslabones, Los ladrillos se rompieron en pedazos, Las lluvias se llevaron el dorado, A la escuela para calefacción, Se llevaron los iconos... Creció una alta ortiga Donde antes se elevaban los muros Del hermoso templo blanco. La gente, ahora, se queja en los diarios: Del presidente, del "koljos," Del jefe de brigadas Teodor, A ver si encuentran la satisfacción... Una vez iba yo en auto. Tuve sed. Al final de una aldea, vi una casucha. Llamé. Me abrió una viejita. Me hizo pasar a la pieza. Tomé agua en un cuenco, me sequé los labios Y pasé detraes de una cortina Donde estaba la cocina, para tirar el resto. Allí había cacerolas, tinas, baldes, Sobre un piso rajado, encima de un banco, Brillando con oro y color — estaba María En vestiduras de pliegues dorados, Con rostro inclinado sobre el Niño, Ojos alargados, sombreados, Con un profundo pliegue amargo en la boca. "Abuela, dame esta icono, Lo llevare inmediatamente a la capital... No es lugar para él entre las cacerolas Y tinas ennegrecidas" "Y para que lo quieres? Para reírte? Para blasfemar sobre Ella?" "Su lugar esta, no en la cocina Sino, en un museo: En Louvre, Tretiakov, Ermitage!" "Del museo vinieron varias veces, Me daban mucha plata, Me rogaban tanto, tanto, Que hasta me dieron pena. Pero no me engañan. Dije: "Pueden cortarme en pedazos, Pueden quemar mis ojos con el hierro, A la Madre de Dios, la luminosa María No daré a los demonios para ofensa!" "Estas mal, abuela, de que demonios hablas? Estos son todos trabajadores de arte! Ellos saben apreciar a la belleza, La recogen en gotas..." "Esto es. Habiendo destruido en masa Ahora recogen en gotas..." "Pero para que lo quieres? Para orar? Tienes, seguro, mas iconos." "Como para que? Me levanto temprano, Paso un poco de aceite al icono, Prendo ante Ella la lampara votiva Y Ella habla conmigo. Tan cariñosa y dulcemente La Intercesora sabe hablar." "Se ve que estas completamente loca, abuela, Donde se ha visto que una tabla de tilo Hasta con colores dorados, sepa hablar con
nosotros?" "Tu para que viniste? Tomar agua? Anda con Dios, la puerta esta abierta." Iba yo entre campos verdes, Entre ciudades de cemento, Hablaba con la gente, comía en casas de té, Pasaba las noches en posadas regionales... Paulatinamente, me comenzó a parecer Un cuento, un sueno raro. — Como si, en una cocina de la viejita, Donde cacerolas y baldes Sobre un banco de roble, Vive, se refugia la Madre de Dios, En vestiduras de pliegues dorados, Con rostro inclinado sobre el Niño Ojos alargados, sombreados, Con un profundo pliegue amargo de la boca... La abuela se levanta, pasa un poco de aceite, Prende, quedamente, la lampara Y comienza a hablar con la Intercesora... ... Del museo vienen en vano. La vida S. Nadson (1862-1887) Cambiando, cada instante su imagen extravagante, Caprichosa, como un niño y fantasmal como el humo, Hierve, en todas partes, la vida en vana inquietud, Mezclando lo grande, con lo ínfimo y
ridículo. Que ruido disonante, y cuan abigarrado el cuadro: Aquí, un beso de amor, allá, un golpe de
cuchillo, Aquí, sonó, descarado el cascabel del
arlequín, Allá, el profeta, doblegado bajo la cruz. Donde hay sol — hay sombra. Donde hay lagrimas y
oraciones, Hay un rebelde quejido de indigencia hambrienta, Ayer, aquí, bulla una sangrienta batalla, Y mañana florecerán perfumadas flores. Aquí, hay una perla, en el lodo, pisoteada por la
turba. Y aquí, un perfumado fruto, comido por el gusano. Ayer fuístes un héroe, orgulloso de ti
mismo, Ahora, eres un lastimoso cobarde, destruido por la
vergüenza. La vida es una, esfinge. Su ley es el instante. Y no hay, entre los hombres, un sabio tal Quien pueda decir a la turba, hacía donde se mueve Quien pueda captar los rasgos de su rostro. O, es toda tristeza, oh, es toda atracción. O, todo en ella es brillo y luz, o, todo oprobio y
tinieblas. La vida es un serafín y una ebria bacante, La vida es — océano y una estrecha prisión. La Pecadora Conde Alexis Tolstoy (1817-1875) El pueblo bulle, alegría, risas, Toque de laudes y ruido de cimbales, Verdor y flores, alrededor, Y entre los pilares a la entrada de la casa Los pliegues del pesado brocado Levantados con la cinta ornada, El palacio está ricamente decorado Por doquier brillan el cristal y el oro, El patio está lleno de cocheros y caballos; Reunidos en un gran banquete, La ruidosa asamblea de invitados come. Transcurre una conversación cruzada, Intercalada con la música. Nada incómoda a su charla: Ellos hablan libremente, Del odiado yugo de Roma, De cómo gobierna el Pilato, De la reunión secreta de sus ancianos Del comercio, la paz y la guerra, De aquel extraño hombre Que apareció en su país. II Ardiendo de amor a los prójimos, El enseña la humildad al pueblo, El supeditó a todas las leyes de Moisés A la ley de amor, No tolera la ira y la venganza, El predica el perdón, Ordena pagar con el bien al mal, Posee una fortaleza no terrenal, A los ciegos devuelve la vista, Regala la fuerza y el movimiento Al que era débil y cojo, No necesita la aceptación, Su corazón es abierto, A su mirada inquisitiva, Todavía nadie pudo sostener. Sanando a la enfermedad, curando al sufrimiento Era, en todas partes, el Salvador, Y a todos extendió su bondadosa mano Y no condenó a nadie. Es, aparentemente, un hombre elegido de Dios, Allí, del otro lado del Jordán, Caminaba como un enviado del cielo, El hizo allí muchos milagros, Ahora llegó, el Benévolo, a este lado del
río. Como una muchedumbre atenta y obediente, Lo siguen los discípulos." III Así discurrían entre si, los invitados Durante el largo banquete. Entre ellos, vaciando la copa, Estaba sentada la joven pecadora, Su rara vestimenta Atraía las miradas sin querer. Sus prendas atrevidas, Hablaban de la vida pecaminosa, Pero la joven caída, era hermosa. Viéndola, ante la fuerza del encanto peligroso, Difícilmente pueden contenerse Los jóvenes y los ancianos. Los ojos, despectivos y atrevidos, Como la nieve del Líbano, blancos los dientes, Como la canícula, caliente la sonrisa. Alrededor del talle cayendo ampliamente, Los tejidos traslúcidos, enervan al ojo Caídos del hombro desnudo, Sus aros y brazaletes Sonando, llaman al éxtasis de la lujúria y
gozos ardientes Diamantes brillan aquí y allá, Y haciendo sombra a las mejillas, En toda la abundancia de la belleza, Entrelazados con un hilo de perlas, Caen los suntuosos cabellos. En ella la conciencia no molesta al corazón, No se empurpura con la vergüenza. Comprar con oro, cada uno puede Su amor venal. Y escucha la joven las conversaciones, Y para ella, éstas, parecen un reproche. El orgullo se despertó en ella Y dice con la mirada jactanciosa: "No temo a ningún poder! Quieren una apuesta conmigo? Que aparezca vuestro maestro El no turbará a mis ojos! " IV El vino fluye, ruido, risas, Sonido de laudes y ruido de cimbales, Incienso, sol y flores. Y he aquí, a la turba vanamente ruidosa, Se acerca un hombre de buena prestancia, Sus hermosos rasgos Su porte, caminar y movimientos En el brillo de la joven belleza,, Están llenos de fuego e inspiración, Su aspecto majestuoso Respira un poder invencible, Las alegrías terrenales no lo afectan, Y sus ojos miran al futuro. Es un nombre, que no se parece a los mortales, El sello de los elegidos está sobre él, Es luminoso como un arcángel de Dios, Cuando con la espada de fuego Envió, por orden de Jehová Al enemigo a las cadenas eternas. La mujer pecadora, sin querer, Esta confundida por su grandeza Y mira indecisa, bajando los ojos, Pero, recordando su reciente reto Se levanta de su asiento Y enderezando su flexible talle Avanza valientemente Y presenta la copa espumosa Al recién llegado con una sonrisa desafiante: "Tu eres aquél que enseña la
renunciación ? No creo en tu enseñanza, La mía es más fidedigna y segura, No pienses en confundirme ahora, Solitario caminando por el desierto, Ayunando cuarenta días! Sólo los gozos me atraen! No conozco ni al ayuno, ni a la oración, Creo sólo en la belleza, Sirvo al vino y a los besos, Mi espíritu no se turba por ti Me río de tu pureza!" Y su discurso todavía sonaba, Todavía se reía ella Y la espuma ligera del vino Corría por los anillos de sus manos, Cuando surgió alrededor una discusión Y escucha la pecadora consternada: "Ella se equivocó! La confundió La cara de recién llegado Este no es el Maestro, ante ella, Es Juan de Galilea Su discípulo predilecto..." V Sin prestar atención a las inútiles
ofensas, El escuchaba a la joven. Y detrás de él, con expresión
tranquila, Al palacio se acerca otro. En su expresión humílde No hay entusiasmo, ni inspiración, Pero un pensamiento profundo Reposaba sobre su Divina frente, Esta no es la mirada de águila de un profeta, No el encanto de la belleza angelical. Están separados en dos Sus cabellos ondeados Sobre la túnica desciende Un manto de lana, vistiendo Con un tejido simple, su esbelta figura En los movimientos es recatado y simple, Alrededor de su hermosa boca, se dispone La barba levemente dividida. A los ojos tan bondadosos y claros Nadie vio nunca. Y sobre el pueblo pasó Como una ráfaga de silencio Y milagrosamente, con su benévola llegada Los corazones de los invitados, están estremecidos La conversación cesó. Como esperando Está sentada inmóvil la asamblea, Respirando con dificultad. Y Él, en un profundo siléncio, Miró a los presentes, con ojos tranquilos Y no entrando en la casa de la alegría, Detuvo su mirada triste Sobre la atrevida joven presumida. VI Y esta mirada era como un rayo de alba. Y todo se abrió a ella, Y en el corazón sombrío de la pecadora Se dispersaron las tinieblas nocturnas, Y todo lo que estaba allí escondido, Lo que fue realizado en le pecado, Ante sus ojos, sin piedad, Fue iluminado hasta la profundidad. Súbitamente, ella comprendió La falsedad de la vida blasfema, Toda la mentira de sus acciones viciosas, Y fue presa de pavor. Ya sobre el borde del arrepentimiento, Ella apreció, extrañada Cuan numerosos bienes y fuerzas El Señor, generosamente, le regaló Y como ella, su mañana clara, Ensuciaba, constantemente, con el pecado Y, por primera vez, rechazando el mal, Ella, en esta mirada benévola, Leyó el castigo a sus días disolutos Y, también, la misericordia. Y sintiendo un comienzo nuevo, Todavía temiendo a los lazos terrenales, Estaba parada, vacilante. Y de repente, en el silencio, sonó el ruido De la copa que cayó de sus manos, Se escucha un quejido del pecho oprimido, La joven pecadora palidece, Tiemblan los labios entreabiertos, Y cae, de bruces, sollozando Ante la santidad de Cristo. |